jueves, 16 de octubre de 2014

Los Arcanistas en el I Concurso de Novela de Autopublicación Tagus

Días movidos para la novela, que ya circula en algunos círculos más de los que estaba hace tan solo un año. Para leerla (y valorarla), solo hay que pinchar aquí:

http://goo.gl/Kg57F4

martes, 9 de septiembre de 2014

Inquietudes

Novedades veraniegas que vienen con retraso. ¡Espero que lo disfrutéis!



Inquietudes

Hacía varios años que me diagnosticaron el Síndrome de Piernas Inquietas. Bueno, tal vez me lo autodiagnosticarse yo mismo viendo la noticia en la tele, pero tiempo después era irrefutable. Tenía todos los síntomas.

Es lo más molesto que hay. Aparece sobre todo de noche. Te tumbas en la cama, y de cintura para arriba tu cuerpo intenta dormir. De cintura para abajo parece que bailen el mambo. Comienza con escalofríos en las plantas de los pies, que se acaban convirtiendo en calambres que te recorren la pierna y suben hasta cerca de la axila. Después vienen los espasmos, como si te dieran electro-choques. El punto álgido de este síndrome es cuando las piernas comienzan a pedalear, como si quisieran hacer por sí solas toda una vuelta ciclista.

Llevaba un tiempo en que no podía dormir nada. Las noches en blanco me tenían negro, y ya casi no era ni yo mismo. Recorría el día lánguido, como un alma en pena, sin apetencias, esperando como un condenado la hora que oscureciera y el calvario volviera a empezar.

Aquella noche, volví a pensar en el tour de Francia. Podría hacerlo en una bicicleta especial, con un colchón acoplado. Todo el mundo se reiría al principio, pero aquellas sonrisas se congelarían los rostros escépticos cuando subiera al podio, en pijama, sin resoplar y ni una gota de sudor en la frente.

Ya eran las tres de la madrugada, y nada. Me levanté, me vestí y, cosa que nunca hago, bajé directo al garaje a poner en marcha el coche.
Al principio no tenía nada concreto en mente. Quizás circular sin rumbo fijo por las calles desiertas, pero cuando ya estaba a veinte kilómetros de mi pueblo, por la autopista ... De repente tuve la idea de ir al norte.

Nunca había ido al norte. No sabía ni cómo era. Así que, viendo las ganas de movimiento de mis piernas, no puse trabas a ese impulso.

Alargué el viaje tanto como pude. Dormía en hoteles de carretera y en áreas de servicio. El país es realmente pequeño, como dice la canción. No hay suficiente espacio para hacer un auténtico viaje de introspección en coche.
Ya sabéis de qué hablo, uno de esos trayectos largos y tediosos, de película, dados a hacer cavilaciones. No. En este país tan pequeño, para hacer un buen viaje de película en coche se necesitan dos cosas: dinero (para los perennes peajes) ​​e ir a no más de treinta por hora.

Cuando llegué al norte, era como me había esperado. Un espectáculo para los sentidos. Hacía tanto frío que hubo noches que no distinguía el temblor de las piernas del del resto del cuerpo.
Me lo pasé en grande. Incluso conocí a un grupo de traficantes. Traficaban con nieve fresca. La sustraían de una estación de esquí, al amparo de la noche, y se la vendían a peso a una famosa planta embotelladora de agua mineral. No puedo decir ni de qué estación ni de qué planta embotelladora se trata, los traficantes me lo hicieron prometer. Uno de ellos, el más joven, me deleitó con una sublime interpretación de baladas de amor. Su voz de tenor era fantástica.

Decidí volver a los pocos días, no sin antes echar una paradita para ir a la playa. El rumor del mar me relajó tanto que me quedé dormido en la arena. Mis piernas comenzaron a pedalear de nuevo, y al final la marea subió y ... Parecían talmente como un motor fueraborda. Ni las tintoreras osaron acercárseme.

No sé cuánto tiempo pasé en alta mar. Cuando ya pensaba que estaba todo perdido, y parecía que mi medio de locomoción llegaría a su límite pronto, un barco me pescó.
Dos días más tarde me subastaban en la lonja de Barcelona. Decían que era una especie nueva de sirénido, e incluso el zoo municipal pujó por mí.

Finalmente me adquirió un empresario bastante esnob de Sant Gervasi. Me quería convertir en una nueva pieza de su colección privada de rarezas de la vida animal.
Pasados ​​unos días, comenzó a sopesar la idea de enviarme a un taxidermista, ya que sus esfuerzos para encontrar un ambiente en el que yo pudiera aclimatarme habían sido infructuosos. Por lo visto, yo tenía una malsana tendencia a ponerme enfermo cuando él intentaba sumergirme en un tanque de agua salada que me había construido expresamente.

Mis días como rareza enciclopédica se acabaron cuando un grupo de secuestradores se me llevó, aprovechando un descuido de mi anfitrión.

Sentado en el asiento trasero de su furgoneta, atado de pies y manos, sufriendo los incontrolables espasmos de mis piernas sin ni poder hacerme unas friegas, les relaté mi historia. En la radio sonaba una canción de Rita Coolidge.

El hecho es que se compadecieron de mí, y antes de llegar a su destino me liberaron, en uno de los estanques de la Ciutadella.
Después de pasar la noche del loro entre los patos de ciudad, cuando despuntaba el alba decidí arreglarme e ir a desayunar un café con leche y un croissant.

En el bar estaban dando el tour de Francia. Yo que me quedo mirándolo con los ojos como platos, y me echo a reír de repente.
Me acabé el desayuno, pagué y me volví caminando hasta casa. No podía evitar fijarme en la irredenta determinación de mis piernas, pero esta vez desde la admiración y no desde el enojo. Siempre en movimiento pasara lo que pasara, y ya no sólo de noche o cuando yo quería dormir.

Si fuera por ellas, andaría eternamente. Y por primera vez pensé que aquello no sería tan terrible. Hay gente que no las ha usado nunca, aunque pueden. Yo al menos he visitado el norte.

martes, 13 de mayo de 2014

Colaboración para el Día del Cómic Gratis

El pasado sábado fue el Día del Cómic Gratis en toda España. Como mi escuela de dibujo cae cerca de Norma Comics Sabadell, librería especializada adherida a este evento (y que además de comics invitaba a cerveza, cosa que no está nada mal), nos propusieron a todos los alumnos de participar en un mural que sería sorteado entre toda la gente que se pasase por ahí y echase una firma.

Mi colaboración es ese Evangelion guitarrista de abajo a la izquierda.


viernes, 9 de mayo de 2014

Nuevo proyecto

Aquí tenéis la primera imagen creada por Esther Bernal López para el proyecto que tenemos en común, un libro ilustrado para niños llamado "El día en el que descubrí porqué la comida de la nevera desaparecía".


domingo, 4 de mayo de 2014

Noche Roja

Recientemente publiqué en The Secret la Revista una narración vampírica que hice hace poco. En su forma original estaba escrito en castellano, así que la subo aquí en dos partes para deleite de los fans.



Noche Roja

No me gusta el ulular de los búhos, nunca me ha gustado ni me acostumbraré jamás a él. Hace años, se convirtió para mí en el nuevo canto del gallo, en la señal de que otra jornada empezaba. Y para un novato en ésta farsa, eso va más allá de lo macabro y lo humillante.

Salgo de mi caja como un resorte, harto ya de la estasis, y hambriento. Cuando concluya mis tareas, pienso ir al banco a saciarme. Después de todo, el desayuno es la comida principal del día, ¿no?

La 677 vuelve a llamar al servicio de habitaciones. ¿Es que éstos no duermen nunca? Ah, la 433 ya queda vacía. Habrá que enviar a unos cuantos ghouls a que limpien los destrozos a lametones… Joder, ya bajan. Como viven los cabrones. Además, ella está de toma pan y moja…

Las 12. Hora de despertar a mister frac y señora. Menudos frikis, donde se piensan que viven, ¿en el siglo XIX? Descuelgo el teléfono y marco. Un tono, dos, la voz adormilada de miss frac:

-         ¿Sí? – Dijo ella, el brazo delgado y pálido colgando lánguidamente por el borde del ataúd de estilo victoriano. La voz del otro lado del aparato sonaba joven, aburrida, cortés e irritada a un mismo tiempo.
-         Son las doce en punto, madame Templeshire. Mandaron ser desperezados a ésta hora.
-         Ah, sí. Gracias, Ambrosius.
-         Soy Benítez, madame. – El recepcionista marcó cada sílaba de la palabra “madame”.
-         Perfecto. Haz que lo preparen todo para nuestra salida, ya sabes que a mister Templeshire le gusta que todo esté listo para cuando bajemos.    
-         Espléndido, madame.

Carlotta dejó caer el teléfono nacarado y se volvió en la amplia caja acolchada. El ataúd de al lado todavía no se había abierto, a su marido aun no le había despertado el hambre. Hacía siglos que se conocían y siempre tenía mucho más apetito que él. Bueno, después de todo, los viejos siempre quieren más que los jóvenes, ¿no?

Aunque eso no importaba, lo amaba hasta lo indecible, y llevaba su apellido con orgullo.

-         ¿Amor? – Susurró. Ninguna respuesta. Golpeó suavemente la tapa de madera con los nudillos. Dentro hubo un rumor y ese gruñido tan sensual que la hacía estremecer. Su joven bestia estaba despertando – El desayuno nos aguarda, amor. – Volvió a susurrar, esta vez un poco más alto.

La tapa crujió al ser levantada, y cayó a un lado colgada de sus bisagras. Un hombretón pálido, repeinado y vestido pulcramente con un traje de seda y cachemir emergió del interior de la caja con ademán afectado.

-         ¿No quedaron sobras de ayer? – Preguntó, bostezando.
-         Se han echado a perder, amor. – Carlotta echó un ojo al diván del otro lado de la habitación. Echadas encima de este, encadenadas al radiador, dos mujeres de mediana edad la miraban con ojos vidriosos, las bocas secas y muy abiertas aun goteaban sangre y saliva espesa. Parecían muñecas de trapo, con las extremidades y el vientre mordisqueados y abiertos, llenos de costras resecas.

Al salir a la noche, una suave brisa otoñal envolvió a la pareja más glamurosa de la comunidad en su camino hacia un volkswagen negro que los esperaba a la puerta del hotel. Los demás residentes los observaban desde las rendijas. Era la hora de desayunar, y todos, desde el más rico hasta el más solitario carcamal coincidían en una cosa: todos debían desplazarse hacia el valle a buscar comida o contentarse con el plasma que se servía envasado.

Ambos llevaban trajes anticuados aunque elegantes, y al subir al automóvil él la sujetada de la mano, como un auténtico caballero. El volkswagen rugió al emprender la marcha, llenando de humo espeso el patio principal.

Pasaron por delante del cine, en el que las parejas de clase media recién salidas del banco, los estómagos llenos de sangre, se congregaban como cada noche a disfrutar una vez más de los musicales y las comedias románticas que los humanos de antaño filmaron con tan acertados guiones.
“Esos humanos” Pensó Carlotta mientras leía la cartelera, aprovechando que el coche se había detenido en un semáforo. “Se pasaron toda su existencia dándole vueltas a sus propios miedos. Miedo a ser feliz, miedo a morir, miedo a estar solo. Menos mal que cambiaron las tornas y tomamos nosotros el relevo, que si no… Menuda debacle. Mira que títulos…”

El cartel luminoso proyectaba esa semana Sonrisas y lágrimas, My fair lady, La boda de mi mejor amigo y El diario de Bridgett Jones. Soporífero.

El asfalto dejó paso a una carretera de gravilla, y ésta a un desvío sin asfaltar lleno de baches que los condujo poco a poco a las entrañas del valle, territorio de caza predilecto de la clase pudiente.

-         ¿Tienes hambre? – Preguntó su marido, con aire distraído.
-         No especialmente, pero ya sabes. La emoción de cazar junto a mi hombre – Respondió Carlotta apretándole fuertemente la mano.
-         ¿Qué te apetece desayunar hoy, cariño?
-         Hum – Pensó Carlotta – Hace tiempo que no pruebo sangre de mozo. Del tipo deportista, ¿sabes a lo que me refiero? Un mozo sanote y sin desvirgar, que aun no se haya enviciado con alcohol ni drogas de diseño.
-         Estupendo – Respondió él – Busquemos uno bueno para ti y yo seguiré buscando a mi pelirroja.
-         ¡Oh, amor! Sabes que escasean cada vez más, pero tú sigues en tus trece. – Carlotta se reclinó en el asiento, hastiada. De pronto recordó algo y miró afuera con interés – ¿Sabes que corren rumores sobre una nueva religión?
-         ¿Religión?
-         Se dice que los pelirrojos son trasladados a cuevas fortificadas, donde se reúne toda la plata que esos cavernícolas han podido rapiñar. Allí los veneran. Son sus nuevos dioses y sus nuevos templos.
-         Interesante – Se limitó a decir él. Ella notó que no la estaba escuchando, así que dejó el tema. Seguramente acabaría amorrado al cuello de cualquier palurdo sarnoso en cuanto se cansase de perseguir a mozuelas asustadas y de esquivar chuzos de madera.
-         Señores – Dijo el chofer con voz monocorde – Hemos llegado a la linde del coto de caza.
-         ¡Vamos, amor! Ya puedo olerlos, tan calentitos en sus camastros…

El clan de los cuervos se preparaba para otra noche de asedio. Los ancianos, los enfermos y los niños dormían acurrucados en rudimentarios lechos, dentro de las cuevas, mientras los adultos fuertes, mujeres y hombres avezados a la odiada oscuridad nocturna, se turnaban para vigilar las fortificaciones hechas de estacas de madera afilada y plata forjada en multitud de formas punzantes.

Mientras una buena parte de ellos ocupaban ordenadamente sus puestos, el resto se reunía en el pozo del placer, organizando la enésima velada de la fertilidad.
En el clan de los cuervos primaba la supremacía numérica, cuantos más miembros tuviese la comunidad, más posibilidades tendrían de sobrevivir a las cacerías de los chupa-sangres. Del interior del pozo, excavado en el suelo a varios metros de profundidad, empezó a surgir el acostumbrado coro de gemidos y suspiros fruto de la orgía masiva. No importaba quien fornicase con quien, mientras fuera rápido y continuado. El invierno pasado habían sufrido muchas bajas en el sector femenino y en el de los adultos jóvenes, y las posibles futuras parturientas debían quedar preñadas para que en el siguiente ciclo tuvieran más cuervos para asegurar la continuidad de la especie.

-         Va a ser una noche movida, Vesta. – El jefe de los vigilantes, un hombre cincuentón con varios mordiscos en los brazos y en el cuello, se volvió para hablar con su compañera de vigilia – Creo recordar que por éstas fechas celebran una especie de fiesta.

La mujer que lo acompañaba, joven y de cuerpo musculoso y tonificado, le respondió mientras examinaba distraída la punta de plata de su lanza:

-         Por mí como si celebran una puta fiesta cada día, Hank. Los chupa-sangres se toman la cacería como un picnic, da igual la época del año.
-         Quizás…
-         ¿En qué piensas?

Hank bajó la vista, con el rostro compungido. La luz de la luna lo bañaba y le hacía parecer un soldado vikingo que estuviese rezando a sus dioses.

-         ¿Has oído hablar del clan de más allá de las montañas?
-         ¿Ese cuento de los adoradores de pelirrojas? En serio, Hank. – Vesta chasqueó la lengua y le dio un porrazo en el hombro. Hank ni se inmutó. - ¿Lo dices en serio? ¿Crees de verdad en su existencia?
-         Los exploradores dicen que los han visto. Por lo visto son unos cabronazos asilvestrados que no temen a nada, se han vuelto salvajes como lobos, ya no usan ningún idioma, y algunos chupa-sangres han dejado de pasarse por su territorio.

Vesta escudriñó la oscuridad, de pronto preocupada. Ya había pasado la hora límite, a partir de entonces podía aparecer el enemigo en cualquier momento.


En las entrañas del valle había los restos de un antiguo cementerio abandonado. Llegar hasta allí era difícil, pues la maleza llevaba siglos tragándoselo. De todas maneras, no había nada habitable cerca, y ni un alma se tomaría la molestia de visitar cuatro lápidas derruidas y una cripta roñosa. Era el sitio ideal donde un noctámbulo solitario se acondicionaría un hogar.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Recital Tens la Paraula


El sábado hubo un recital de la Associació d'Escriptura Tens la Paraula, de la cual formo parte desde hace unos meses. Se trata de de una asociación cultural barcelonesa con muchos lazos con el centro cultural de Ripollet.

El evento, a cargo de Toni Gassó, sirvió para que los integrantes del grupo se dieran a conocer un poco entre el público, y leyeran en voz alta los trabajos que ellos mismos habían elaborado. La velada estuvo llena de poesías, relatos, cuentos y música en directo interpretada por el grupo brit-pop Empty Streets.

Tuve la ocasión de leer tres trabajos. El escrito experimental "Aequales Neuron", La narración "Colt", y el microrelato "Tresa i el somni de la minotaure", que os paso por aquí traducido (sin el acompañamiento de mi viril voz no es lo mismo, qué le vamos a hacer).

Teresa y el sueño de la minotauro.

Una vez, Teresa soñó que se perdía en la biblioteca.
Aquella misma tarde, la señorita Mónica les había anunciado que pronto tendrían un examen muy difícil. Ella y Adrián, su mejor amigo, se ayudaron mutuamente para superar el mal trago, y habían gastado lo que quedaba de tarde en repasar diccionarios y enciclopedias, bajo la inquisitiva mirada de la bibliotecaria, Manuela, una mujer bastante desagradable.

En el sueño, ella era una especie de heroína vestida con una clámide. La profesora Mónica era una especie de general; llevaba coraza, un casco y un látigo, y la obligaba a adentrarse en las profundidades de la biblioteca, que ahora era oscura y laberíntica. Allí, rodeada sólo de estanterías llenas de libros y pergaminos, tuvo que jugar al pilla-pilla con Manuela, la bibliotecaria, que intentaba embestirla con unos cuernos de toro que le habían salido en la cabeza.
Consiguió salir por los pelos, gracias a un GPS que le había dado Adrián.

Cuando se despertó, tuvo que admitir dos cosas: que la bibliotecaria no era una persona tan terrible, y que, bien mirado, Adrián era bastante guapo.



 

martes, 25 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 10 y última.

Y hasta aquí la traducción. Espero que hayáis disfrutado de la novela. Un Pere Ferrell más joven volverá a aparecer en otra historia, dentro de un tiempo. ¡Gracias por seguir Mal Tiempo!

Por última vez, el tiempo se detuvo. El profesor venció por enésima vez la resistencia del aire estático que le rodeaba y que le dificultaba el movimiento, como si estuviera nadando en una charca de barro. Volvió a empuñar el arma, sonrió abrigado por su genial uniforme y se acercó a Ferrell; que se había quedado petrificado ante él, con la pistola a medio guardar en la funda que llevaba colgando cerca de la axila.

Lo habría degollado de no haber sido por el joven, que se le echó encima como un león. Maestro y alumno cayeron al suelo. Abascal no había tenido en cuenta el arrojo de David, a quien tenía como un chico dócil e impresionable, sometido a su voluntad. La fuerza de la embestida hizo que la cabeza del profesor se estrellara contra una raíz del sotobosque.

Cuando regresaron al tiempo normal, los detectives descubrieron David arrodillado cerca del cadáver del profesor, o lo que quedaba de él. La escafandra seguía intacta; salvo el maltrecho casco que , hendido y desenroscado, había rodado unos metros más allá. La fina capa de azufre que lo recubría como una película se había quemado y ahora estaba todo él ennegrecido.

Pero sólo estaba su uniforme. De Abascal no había ni rastro, tan sólo un polvillo grisáceo.

Fueron a recoger al pobre chico, que se había sentado abrazándose las rodillas, ausente, repitiéndose una vez tras otra:

- Él mató a mi padre... Él mató a mi padre...

- Haremos lo que haga falta para que su traslado al hospital sea lo más rápido posible.

- Gracias.

Los médicos llevarían a Gruenewald a observación, nunca se sabía qué sustancia química se le habría podido filtrar a la sangre.

Estaban al día siguiente de la resolución del caso, y parecía que se encontraran en otro mundo. El pueblo entero parecía respirar tranquilo, después de una agonía prolongada. Ya no se oían los molestos aviones ir y venir por sobre sus cabezas, y los relojes dejaban de retrasarse misteriosamente.

- Todo ha terminado. - Dijo aliviada Gruenewald, que ya llevaba un vendaje más bien hecho. - Si te he de ser sincera, pensaba que nos las teníamos con un maníaco que utilizaba aparatos de alta frecuencia sonora y se creía el sucesor de Paracelso. Pero la manera en que ha muerto... Básicamente, sus células se han hiperdesgastado. ¡Ha pasado de la mediana edad a, calculo, unos doscientos años! Te lo podré confirmar cuando me lleguen los resultados de los análisis.

- Será si te llegan. - Respondió su compañero sin tono en la voz.

- ¿Qué quieres decir?

Ferrell no dijo nada. Permaneció sentado, junto a su compañera y amiga, mirando distraído por la ventana con aire depresivo.

- ¿Qué pasa?

- Ha desaparecido.

- ¿Cómo dices?

- Que ha desaparecido. Todo. El cuerpo del Abascal... bueno, ya sabes... La cabaña, los objetos dorados del bosque... todo, Clara. Incluso la familia Martínez.

- ¿Qué? ¿Quién ha sido? ¿Cuando los secuestraron?

- No los han secuestrado. Se han mudado repentinamente. Como si vivir aquí fuera la última cosa imaginable. No nos dejan saber a dónde se dirigen, y tampoco me han dejado interrogarlos cuando me he enterado.

- ¿Y las cosas del profesor?

Ferrell extendió la mano y le dio a su compañera una especie de medalla. Era de plata, y había grabada una Estrella de David con un sol naciente en medio. En tres de las seis puntas había un elegante número, un seis.

- Eso es lo que queda, y porque yo lo cogí de uno de los cajones del comedor del Abascal. ¿Sabes qué es?

- Parece el símbolo de una sociedad ocultista. Recuerda a los manuales de la Golden Dawn, o Amanecer Dorado, una sociedad de magos que existió en el siglo XIX. Pero estos tres seises no sé qué pintan aquí.

- Seiscientos sesenta y seis. El diablo. Sea como sea, la Golden Dawn se dividió y desapareció. Sus actividades cesaron. Esto me da muy mala espina.

- ¿Qué interés podría tener una sociedad como aquella en las investigaciones del profesor? - Gruenewald abrió los ojos, vislumbrando lo que podría haber pasado - ¿Quieres decir que han sido ellos quienes lo han hecho desaparecer todo?

- Llamé enseguida al departamento. No podrían haber llegado antes que nuestros hombres.

- Ferrell.

- ¿Sí?

- Me parece que el tiempo jugó a favor suyo - La mirada de la mujer fue suficiente para que Ferrell dejara de insistir.

Habían jugado con ellos, era evidente. Habían conocido sus pasos en todo momento y los vigilaban. Quizá lo estaban haciendo en ese momento. Sea como fuere, el asesino directo de la víctima había sido reducido, y por tanto el caso estaba resuelto a pesar del dramatismo del desenlace.

Oficialmente había muchos enigmas que inquietaban el departamento: como el de los robos, el de los aviones invisibles, el de los relojes...

- Se hace tarde, vámonos. Parece que va a llover.

lunes, 24 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 9

Penúltima entrega de la traducción. Todas las cartas están sobre la mesa, ¿Qué pasará? Solo el tiempo lo dirá...


Casi no necesitaron iluminar el pequeño subterráneo que había bajo la trampilla, las luces fantasmagóricas que reinaban ya lo hacían sobradamente. Ferrell entrevió, en medio de la luminaria plateada y amarilla, los mismos dibujos en el suelo que habían visto en Barcelona. La diferencia era que estos estaban mejor dibujados, y tenían muchos más símbolos y líneas.

- Claro. Aquí tenemos el catalizador. La fuente de energía de todo este galimatías.

- ¿De dónde sale toda esta luz? No hay ningún foco.

- No lo hay. Es alquimia, Gruenewald. Mira todos los estantes que hay aquí. Llenos de libros que hablan del tema.

La mujer cerró la trampilla. No sabía avenirse a esa idea. ¡Alquimia! Considerada un fraude por la comunidad científica desde el siglo XVIII, ahora era la herramienta, según su osado compañero, de un científico chiflado que paraba el tiempo en todo un pueblo y en sus habitantes para robar tiendas y matar a la gente.

- No me lo trago. No esta vez, Ferrell. - señaló la trampilla mientras lo miraba a los ojos fijamente - Aquí abajo no hay ningún círculo alquímico, Abascal no detiene el tiempo utilizando artefactos dorados esparcidos por todo el término municipal, y menos aun lo hace para tan absurdos actos.

- ¿Tienes una explicación mejor? - Replicó Ferrell con suficiencia.

- Es muy sencillo. Aquí abajo hay un teatro, un montaje para que pensemos lo que no es. Abascal lo tenía todo muy bien preparado: Se creó un pasado lo suficientemente creíble como para engañarnos ahora con este juego de luces. - Gruenewald calló unos segundos, saliendo afuera. Ferrell la siguió - Frederic Abascal fue un científico brillante, deslumbrado como tantos otros por la quimera de todo hombre romántico: la piedra filosofal, el elixir de la larga vida, gloria ,conocimiento... tonterías. Poco a poco fue desarrollando una patología que le hizo introducir elementos de sus libros de alquimia en las investigaciones que hacía. Por eso lo expulsaron y se vio obligado a hacer de profesor: es lo único que puedes hacer cuando no recibes apoyo.

Un grito entre los árboles les alertó. Era de alguien asustado y agotado, que llevaba bastante rato corriendo. Enseguida vieron a David, que se refugió a su amparo. Llevaba puesta una especie de escafandra, con el casco bajo el brazo. Iba lleno de tubos que salían de un aparato de metal en el pecho e iban por los hombros. Despedía un hedor horrible a azufre quemado.

- ¡Ayúdenme, por favor! ¡Vendrá, vendrá y me matará! ¡Y a ustedes también, no tienen un traje temporal!

- Tranquilo. Cálmate. - Ferrell lo agarró y lo puso a cubierto, dentro de la cabaña.

- ¡No podemos huir de él, nada se le resiste! Mi padre trabajaba con él, ¡y por su avaricia miren qué le hizo! - Gruenewald miró a Ferrell. ¡Una incógnita revelada, el ladrón era Martínez, y había colaborado con los experimentos!

- ¡Entonces dime cómo podemos hacerlo! Si es verdad que puede detener el tiempo, ¡¿cuál es la manera de burlarlo?!

El chico intentó recuperar el aliento. No le resultaba fácil pensar, con la maraña mental que tenía.

- Fuera... ¡Salgamos! ¡De prisa!

Empezó a correr, seguido por los detectives. Ahora caía en la cuenta, no hacía falta huir erráticamente para despistarlo, bastaba con salir de los límites de su área de control: cruzar el lugar donde estaba el dispositivo esférico.

Ya podían ver el tenue brillo del oro refulgiendo entre el barro del bosque cuando David se giró. Había oído algo. El oscuro presentimiento que sintieron tanto Ferrell como Gruenewald se confirmó un segundo más tarde, con el fatídico ruido que de sobra conocían resonando en el aire como un motor que se pone en marcha poco a poco, cogiendo impulso.

- ¡No! ¡Ni hablar! - David se colocó prestamente el casco que llevaba, casi sin apretar los anclajes que lo fijaban al chaleco.

La próxima cosa que vieron los detectives fue la cegadora luz. Cuando consiguieron abrir los ojos, David ya no estaba delante suyo. El chico se había desplazado hasta unos metros más allá, y ahora se encontraba enzarzado en una lucha encarnizada contra el profesor Abascal, que no llevaba el casco y parecía ahora tan sólo un anciano decrépito, y no el gran científico y erudito que gustaba de aparentar.

Pugnaban por la posesión de otro cuchillo. Abascal parecía impaciente por clavarlo en el cuello del chico, mientras que David lo mantenía a raya haciendo gala de su fuerza juvenil.

- Traidor... asqueroso traidor hijo de... ¡No sabes, no tienes ni idea de lo que has provocado!

- ¡Quietos! ¡Deténganse! - Las voces de los detectives sonaron firmes, imperativas. Pero ninguno de los dos hizo caso.

- ¡Disparen! - Clamó David - ¡Es lo que nos merecemos! ¡No está bien, nada de esto está bien!

- ¡Calla, nenaza! - Con un brusco codazo, el profesor se desembarazó de David. Caminó unos metros hacia los detectives con las manos por delante, como si se fuera a entregar. En una llevaba el cuchillo, y en la otra el casco.

- ¡Deténgase, Abascal! - Le advirtió Ferrell - ¡Se acabó! Ha perdido y debe responder ante la justicia.

- ¡Su justicia y la mía son incompatibles!

- ¡No nos haga disparar! Usted tiene un talento que puede llevar a la humanidad a mejor. ¿De verdad quiere tirar por la borda tantos años de estudios y experimentos?

- ¡¿La humanidad?! ¡No me haga reír! ¡Para mí, la especie humana puede irse a la porra! Que continúen con sus prejuicios, su auto-complacencia, su afán de destrucción. ¡Yo viviré por siempre, aquí, apoyado por los que de verdad quieren el conocimiento! Mientras vosotros, humanos, ¡podríos e id desapareciendo!

- No pensamos repetirlo más, profesor. - Dijo Gruenewald - ¡Tire el cuchillo! ¡Las manos donde podamos verlas!

Abascal enfundó el cuchillo y se colocó el casco con parsimonia. Alzó las manos como demostrando que iba desarmado y se acercó aún más a los detectives.

No lo vieron, pero en la derecha llevaba el mecanismo, pequeño como una caja de tabaco, que era lo que le permitía poner en funcionamiento su "mágico" artefacto temporal.

Cuando estuvo a medio metro de ellos, se detuvo, muy tranquilo.

- Está bien. Ferrell, espósale.

- ¡Cuidado! - Gritó David, que empezó a correr desesperado hacia ellos.

Abascal lanzó un grito gutural, ahogado por el casco de la escafandra, y accionó el mecanismo con un simple gesto de su pulgar.

- ¡No!

Por última vez, el tiempo se detuvo.

(Continuará...)

domingo, 23 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 8

¡Antepenúltima entrega! Estamos en el punto álgido del relato. Abascal ha perdido el control de la situación y ahora es peseguido por los detectives, que descubren algo más sobre su secreto...

La agente había apuntado el arma hacia la luz unos instantes, pero cuando ésta se había fundido cayó al suelo. Ahora permanecía tumbada, medio de lado, la pistola cogida aún con firmeza, humeante. Tenía grandes manchas de una fina capa de polvo amarillento salpicándole la parte izquierda del cuerpo. Azufre: no hacía falta asegurarse. También tenía una fea herida en el pecho, cerca del hombro.

- ¡Gruenewald! Clara, ¿estás bien?

- Pere... - Se levantó un poco, palpándose aturdida el doloroso corte. - ¿Por dónde han huido?

Ferrell miró hacia el interior de la habitación: vacía.

- Ferrell - Gruenewald señaló un rastro de sangre en el suelo.

- No es tuya. ¿Puedes levantarte?

- Lo intentaré. No pueden estar lejos, tenemos que apresurarnos.

- ¿Has dicho "pueden"?

- Había alguien más, alguien joven. Podría ser David.

Siguieron el rastro todavía caliente de sangre, que bajaba por las escaleras y salía por la puerta del porche. Gruenewald demostró la poca importancia de su herida internándose ella primera en el bosque circundante.

- No corras. No puedes huir de mí. Soy yo quien tiene el poder, yo quien puede utilizarlo. Tu podrías haberlo heredado, podrías haber sido mi sucesor, quien continuara mi legado. Pero han tenido que interponerse las emociones, ¡siempre las emociones!

En la mente de David ahora discurrían dos corrientes: una de culpabilidad muy fuerte, y otra de miedo.

La primera lo hacía sentir como algo insignificante, indigno. Llevaba unos pocos segundos sintiéndolo, porque le había sido dada a probar la verdad, y había podido abrir los ojos. Su propio padre... ¡Era demasiado horrible de imaginar!

Esta verdad misma le había provocado la segunda sensación. Ahora que estaba inmerso en esta terrible claridad, su cerebro sólo podía temer por su vida.

Sólo le quedaba correr, huir de aquel que lo había estado engañando con falsa gloria, que no era más que una serie de crímenes disfrazados de investigación científica.

Tropezó con una raíz. Intentó de no perder el equilibrio, pero la indumentaria que llevaba se lo puso demasiado difícil. Cayó al suelo cubierto de hojas, que se le pegaron por todos los rincones intrincados de su estrafalario uniforme.

Se levantó penosamente. Antes de reanudar la escapada, aun oyó un grito ahogado, lleno de cólera, que le incitaba a detenerse. Ni por toda la indulgencia del mundo pensaba hacerle caso.

Hacía dos horas que los dos compañeros rastreaban el bosque, siguiendo el rastro de sangre, y se detuvieron delante de una cabaña de madera. La mujer se había hecho un vendaje de emergencia, habiendo comprobado que la herida estaba limpia.

Aunque deberían ser las cuatro de la tarde, el sol estaba tan declinado como si fueran las seis. El tiempo les iba a la contra, Abascal actuaría más libremente si se hacía de noche.

Él entró por la única puerta que tenía la cabaña, mientras ella la rodeaba por detrás.

La inspección de Ferrell fue simple y concisa . Parecía que el herido había entrado en la cabaña, se había dirigido a un botiquín que había allí preparado, se había curado de prisa y había vuelto a salir. No había nadie, pero estaba claro que aquel lugar pertenecía al cada vez más fascinante doctor Abascal.

Su análisis no pudo concluir, asuntos más urgentes le reclamaron.

- ¡Pere! - Era la voz de su compañera.

Salió empuñando el arma, dispuesto a lo que fuera. Gruenewald estaba fuera, un poco alejada de la barraca, inspeccionando agachada algo que estaba a sus pies.

- ¿Qué pasa? ¿Qué es? - Ferrell se acercó, ya más relajado.

- Fíjate. No me explico qué hace esto aquí.

- Madre mía.

Aquel objeto que había encontrado Clara no hacía sino oscurecer aún más las hipótesis que habían montado, ya de por sí fantasiosas.

Medio enterrada en el barro del sotobosque, había una especie de esfera metálica, de color dorado. Sólo se podía ver una pequeña parte, pero a juzgar por su curvatura la parte que estaba bajo tierra debería ser considerablemente grande. El hecho que los llevó a determinar que era un dispositivo, un artefacto creado por una mano humana, era el pequeño zumbido que emitía (casi inaudible, pero ambos habrían jurado que escucharlo era como sentir un avión a lo lejos) y también la circunferencia de luz brillante que la rodeaba.

- Probablemente haya más. Sospecho que esto es lo que provoca los ruidos - afirmó Gruenewald.

- Claro que hay más. Se necesitan como mínimo tres para crear un campo magnético.

- ¿Un campo magnético? ¿Para qué?

- Para detener el tiempo dentro de esta área.

- ¿Estás diciéndome que el señor Abascal utiliza este pueblo como campo de experimentos para detener el tiempo? Pero, si fuera así, ¿por qué matar? ¿Por qué los robos?

- Mató a un testimonio de sus experimentos. Probablemente era un confidente suyo y por propia seguridad lo liquidó. Acompáñame, te voy a enseñar algo.

En el interior de la cabaña había todas las evidencias que necesitaban. Además de los nombres de los comercios y de los hogares atracados, había fotos del señor Martínez, de su casa y de toda su familia.

Además había un curioso mapa del pueblo, donde estaban señalados tres puntos con chinchetas. Estos puntos estaban unidos por líneas de rotulador y formaban un triángulo que englobaba la totalidad de edificaciones del municipio.

- Tres - Dijo Ferrell, señalando una chincheta concreta - Y éste es el de aquí detrás, a pocos kilómetros de la autopista principal.

- Ferrell, mira aquí abajo - Gruenewald había encontrado una trampilla debajo de una alfombra sucia.

(Continuará...)

sábado, 22 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 7

Ya estamos llegando al desenlace de este misterio. Ferrell y su compañera Gruenewald llegan al meollo del asunto, y deben tomar una complicada decisión profesional. Con todo, el culpable (o culpables) del crimen no se dejarán coger tan fácilmente...

Esta vez apoyado plenamente por su compañera, Ferrell fue a hacer pesquisas al internado.

De alguna manera, el excéntrico profesor tenía una fuerte influencia sobre aquellos que tenía a su alrededor, que lo tenían por una especie de dios. Cuando interrogaron al alumnado, les respondieron que un genio como él necesitaba descansar después de las arduas revelaciones que había tenido y que había compartido con todos ellos. David, el más aventajado de la clase, era quien ayudaba a veces al maestro a ordenar su laboratorio que, decían, era una especie de santuario, lleno de utensilios extraños que nadie entendía.

Decidieron ir directamente al hogar del profesor, que vivía en las afueras en una casa discreta, que no llamaba la atención.

Como era de esperar, la vivienda estaba vacía.

- ¿Y ahora, qué?

- No podemos entrar en una casa sin una orden. Sería invasión de una propiedad privada y nos podrían cerrar el caso.

- No me recites el reglamento, por favor. Me sé de memoria ese compendio de normas obstaculizadoras.

- Bueno, pues repito lo que has dicho: ¿Y ahora, qué?

Se negaban a dejarlo. Era demasiado evidente que la desaparición de David y del profesor Abascal tenían conexión. Ferrell sostenía que los ruidos atmosféricos eran la causa de las desapariciones, y que no provenían de ningún avión. El aeropuerto más cercano estaba a diez kilómetros, y prácticamente ni llegaba a ser un centro de prácticas para pilotos. Era imposible que hubiera tanto tráfico aéreo, y menos de aviones comerciales o de pasajeros. La explicación debía encontrarse en el señor Abascal y en los lugares que tenían que ver con él. Por ejemplo su casa, la idea de un misterioso laboratorio ya había cruzado su mente.

Gruenewald lo escuchó con atención. Su arenga de siempre en la que prevalecía la verdad en contraposición a las normas establecidas. Sonrió, consciente de que habían llegado a un callejón sin salida y que Ferrell no se echaría atrás. Podía tomar dos caminos, ayudarlo o dejarlo solo. Y solo, ante un asesino de métodos tan inexplicables, habría sido condenarlo a muerte.

- Sé que tarde o temprano me arrepentiré - dijo con simplicidad, metiendo la mano en el bolsillo interior de su abrigo.

- ¿Qué haces?

- Si tu presentimiento sobre Abascal es acertado, mucha más gente correrá peligro. Y si lo perdemos de vista, será muy difícil de atrapar. - Gruenewald tenía en la mano un juego de ganzúas - Es hora de actuar.

Pasaron al interior, cada uno con el arma en las manos, vigilando cada rincón. La casa solitaria estaba en silencio y en penumbras . No había ni una sola ventana abierta, y todas las persianas estaban bajadas. Se sentía un olor rancio de polvo acumulado y de muebles viejos que les obligó a fruncir el ceño.

Decidieron separarse para peinar todo el edificio más rápidamente. Ferrell se introdujo en el salón, mientras que Gruenewald iba hacia las escaleras que conducían al segundo piso.

La luz de una de las habitaciones de arriba estaba encendida, y se escapaba por la rendija de la puerta medio cerrada. La agente se acercó con cautela, vigilando dónde ponía los pies.

De dentro salían ruidos metálicos y de ropa crujiendo: alguien se ponía algún tipo de prenda de vestir que tenía un montón de piezas colgando que tintineaban.

- Corre... De prisa... - Era la voz apagada del profesor, que acuciaba alguien, seguramente quien se estaba vistiendo. - Venga... que vienen...

- Ya casi está... ya...

- ¿Señor Abascal? ¡Policía! ¡Salga con las manos arriba! - Gruenewald no dudó ni un segundo en intervenir, cuando identificó la segunda voz como la de un adolescente.

No obtuvo respuesta, sólo unos leves ruiditos de pasos dentro de la habitación. Alguien trasegaba con los objetos metálicos, insertándolos y acoplándolos unos a otros.

- ¡¿Clara?! - Ferrell estaba a punto de terminar de subir las escaleras cuando Gruenewald golpeó la puerta con el pie mientras apuntaba con la pistola hacia el interior de la habitación.

Entonces todo se volvió luminoso, y sintieron un ruido ensordecedor, similar al que habían estado captando en el cielo aquellos dos días. Mientras sus cuerpos se congelaban, superralentizados por el fuerte campo magnético, dos personas vestidas con extraños uniformes similares a escafandras salieron caminando de la habitación. Una de ellas empuñaba un cuchillo de supervivencia, largo y afilado.

Intentó cortar el cuello de Gruenewald, pero el otro le desvió el brazo con un fuerte tirón.

El cuchillo cayó, quedando suspendido en el aire mientras, enfadado, su propietario se encaraba con el compañero. Forcejearon unos segundos, y uno de ellos, el más joven, logró escapar empujando al otro. Este tropezó con el cuerpo congelado de Gruenewald y ambos cayeron al suelo. Por un momento, Clara salió de su estado de congelación, sólo un breve instante, aquel en que había entrado en contacto con el uniforme de su agresor. La tensión del momento la hizo apretar el gatillo.

A parte de la luz y del ruido, ninguno de los dos detectives vio nada. Todo volvió a la normalidad tan rápido como había comenzado.

Ferrell tuvo la sensación que se tiene cuando se observa un aparato empezando a zumbar, lleno de energía, y de repente se estropea y deja de funcionar, y el zumbido se apaga poco a poco.

Una puerta del piso de abajo se cerró con estrépito.

Él terminó de subir las escaleras pesadamente. La intensa luz lo había cegado, pero todavía le quedó ánimo para ir a reconocer su compañera.

Cuando llegó al lado de Gruenewald, muchos cabos se ataron en su cabeza.


(Continuará...)

viernes, 21 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 6

Seguimos con la historia detectivesca de Mal Tiempo. Mientras vuelven de visitar el antiguo despacho del doctor Abascal, Ferrell y Gruenewald se topan con unos hechos inquietantes. ¿Qué pasa realmente en Montfosc?


- Faltan diez minutos para que entierren al señor Martínez - dijo Ferrell, cambiando de carril para tomar la carretera del pueblo - Puede que lleguemos tarde.

- Exponme el balance de lo que hemos hecho hasta ahora, ¿quieres, Pere? Porque me encuentro en un punto que no sé qué dirección debemos tomar.

- A ver. Tenemos a un hombre que coacciona a una familia para que no explique a las autoridades los detalles más escabrosos en torno al asesinato de uno de sus miembros.

- No es seguro.

- ... Que tenía azufre bajo los dedos. La misma sustancia que has encontrado en la misteriosa herida de la víctima.

- Aunque estuvieras seguro y se pudiera demostrar, no prueba nada.

- ... Y que tiene un oscuro pasado de brujería que hizo que terminase recluido aquí, resentido con la comunidad científica que recibe subvenciones y es reconocida.

- Eso no lo llevaría a matar a un cabeza de familia que no tiene nada que ver con la comunidad científica. Además, no podemos probar que aquel grabado del suelo del despacho fuera suyo. Pere, no tenemos nada sólido, ¿me quieres decir qué procedimiento te va a...?

El cartel de bienvenida de Montfosc había quedado atrás unos metros, la espesura forestal que les rodeaba todavía era bastante abundante y no se distinguían ni las primeras casas. Entonces, cuando Gruenewald recordaba la escasez de pruebas que tenían se volvió a oír, ensordecedor a pesar del ruido del motor del automóvil, aquel ruido ominoso que venía del cielo.

Ferrell preguntó enseguida, movido por un rápido espasmo:

- ¿Qué hora es?

- Deben ser las... - Gruenewald miró el reloj, distraída, mientras Ferrell paraba el coche.

- Ahora son apenas las doce menos veinte.

El hombre bajó del vehículo. Todavía estaban en pleno bosque. Un par de kilómetros más de carretera y ya estarían en el hotel.

Gruenewald bajó también. Aquellos arrebatos ya formaban parte del particular modus operandi de su compañero; caminar solo pensando en sus cosas y no explicárselas si no se las preguntaba. Por suerte, aquella vez fue diferente.

- Diez minutos exactos - declaró, casi para sí mismo.

- ¿Cómo?

- Conecta la radio, por favor, Clara.

- ¡¿Quieres hacer el favor de explicarte, Ferrell?! - Gruenewald terminó explotando. Se sentía como un cero a la izquierda, única testigo muda del soliloquio eterno de su compañero - Desde que quisiste organizar esta excursión a la capital que parece que estés solo en esta investigación, como si te estorbara. Somos un equipo, ¡¿te lo tengo que recordar?!

Ferrell bajó la cabeza, signo inequívoco de que estaba arrepentido y reflexionaba.

- Tienes razón, como siempre, Gruenewald. Lo siento, ya sabes que a veces me dejo llevar por mis propias impresiones, olvidando que tengo al lado a una excelente forense y experta en homicidios.

- Calla, no hace falta que me pidas perdón, que no somos niños. Y ahora, ¿me harás el favor de explicarme de una vez por qué estamos parados en medio del bosque?

Ferrell metió la mano por la ventanilla del coche y rebuscó entre las cosas que tenía en la carpeta. Finalmente, de entre los papeles, bolígrafos fluorescentes, paquetes vacíos de tabaco y un largo etcétera de desechos, extrajo un reloj. Allí eran las once y cuarto.

- Este reloj siempre lo tengo aquí para hacer pruebas con campos magnéticos de alta intensidad. Cuando se cruzan ciertos campos magnéticos los objetos electrónicos como relojes o radios se estropean o sufren alteraciones de funcionamiento.

Gruenewald hizo la prueba de encender la radio. Se oyeron varias interferencias, pero unos segundos después Frank Sinatra cantaba "New York New York"...

- Siempre lo reviso antes de salir a inspeccionar un caso de los nuestros. Tiene pila nueva siempre y funciona a la perfección.

- Sin embargo está muy atrasado. - Gruenewald empezaba a mostrarse escéptica nuevamente - ¿Quieres decir que acabamos de atravesar un campo magnético ahora mismo?

- No estoy seguro. Deberíamos notado algo. ¿Sabes? Desde que entró ayer en el pueblo no lo he tocado, y misteriosamente lleva casi media hora de retraso.

- Quizás ha estropeado.

- Dímelo de aquí a una hora , ¿de acuerdo?

Volvieron a subir al vehículo, y esta vez fue ella quien condujo. Frank Sinatra terminó de cantar su oda a la ciudad de los rascacielos y el especial informativo de las doce en punto comenzaba. Se miraron de reojo.

- Gruenewald.

- ¿Si? - La voz de la forense sonaba tan asustada como la de él.

- El funeral debe llevar ya unos cuantos minutos.

Después de llegar y arreglarse mínimamente, se encaminaron hacia el cementerio poniendo en común lo que tenían.

Cuando llegaron no había empezado nada, aunque, como mínimo, la misa debería llevar unos veinte minutos.

Notaron por doquier mucha más presencia policial que de costumbre.

Apenas presentaron los respetos a los parientes condolidos. La noticia volaba por el aire: El joven David había desaparecido aquella noche de su habitación del internado, sin dejar rastro.

Como si la pregunta hubiera caído por casualidad, Ferrell preguntó por el profesor Abascal. El anciano había tramitado su baja médica esa misma mañana.

( Continuará...)

jueves, 20 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 5

Quinta entrega de Mal Tiempo. La autopsia de la víctima revela algo increible, y surje la primera pista sólida...

- La víctima presenta un largo y profundo corte, casi de oreja a oreja, a la altura de la nuez. Sea cual sea el misterioso objeto que se ha utilizado, se trata de un corte limpio y seguido, y no se ha hecho sierra para seccionar la carne. El corte ha comenzado por la derecha, como se puede ver observando el músculo esterno-cleido-mastoidal derecho. Después ha seguido, en línea recta, sin detenerse, seccionando todo a partes iguales, como si fuera mantequilla. Los cartílagos tiroides, cricoides y demás están cortados de igual manera que los simples músculos.

Gruenewald grababa minuciosamente los escabrosos detalles de la muerte del economista en una cinta de casete, como tenía por costumbre. Lo hacía acompañada por forense local, que la observaba desde un rincón sin meterse. Aquello no extrañaba a la detective, ya que cuando había llegado al depósito, ningún experto de los que estaban allí supo transmitirle una teoría sólida. Era un misterio sin solución, y en cierto modo todo el mundo confiaba en la luz que pudiera aportar la forastera.

- ¿Qué es ese rastro de polvo que hay en la tráquea? - Preguntó, al examinar más profundamente el enorme corte.

- No se lo creerá. - Murmuró el forense - Son trazas de azufre.

- ¿Azufre? ¿Qué pintan restos de azufre en el cuello de este hombre?

- Hola, Clara. ¿Cómo va? - Ferrell ya había llegado y cruzaba la puerta reverencialmente, como hacía siempre que había un muerto presente.

- Tenía razón. Parece un episodio malo de "Historias para no dormir".

- A ver si acierto - Dijo Ferrell , aclarándose la garganta - El asesino es un muerto de ultratumba que se venga de los economistas porque... ¿Era un broker arruinado?

- Muerte viviente no, más bien diría que ha sido la bruja malvada del oeste. Mira dentro del cuello, tiene los músculos tiroidal, esternotiroidal, mieloidal y escaleno partidos; y dentro...

- ¿Qué es esa cosa amarilla?

- Azufre.

Ferrell se quedó pensativo un momento. Pidió al forense que devolviera el cadáver a su sitio y ambos salieron. De camino hacia el hotel Gruenewald no paró de hacerle preguntas y exponer teorías propias, derivadas de una decidida voluntad por encontrar la explicación más lógica.

No fue hasta que llegaron a la habitación de él cuando el inspector empezó a hablar sin utilizar monosílabos. Estaban sentados en la mesa grande del comedor repasando lo que tenían del caso, ella revisando las grabaciones y él tecleando en el ordenador:

- Azufre - Dijo él - Un símbolo demoníaco, ¿eh?

- No creo que vaya por ahí la cosa. ¿Qué estás mirando?

- Información sobre Frederic Abascal, un personaje inquietante que ha despertado mi curiosidad.

- ¿Quién es?

- El profesor de David Martínez. Parece que ejerce una gran influencia en sus alumnos, tiene muchas frustraciones encima, miente, y... Cuando le di la mano tenía restos de azufre bajo las uñas.

- Eso no prueba nada, Ferrell - dijo Gruenewald, escéptica como siempre.

- Es posible. Mira, en 1986 fue expulsado del Grupo de Investigación Hawking de la UB, que era y es el más prestigioso en su campo. Sus teorías eran absurdas y su actitud improcedente, según lo que me han dicho cuando he llamado.

- Una oveja negra dentro de la comunidad científica, ¿verdad? ¿Pero qué hacía? ¿A qué se dedicaba?

- Era miembro también del CES, el Centro de Estudios de Simbología, donde impartía clases de metafísica hasta ser también expulsado. Creo que por las mismas razones. Gruenewald, te parecerá ciencia ficción, pero casi todos sus artículos defienden a capa y espada los viajes en el tiempo, la estasis temporal... el control del tiempo.

Gruenewald se quedó asombrada escuchando todo aquello, que no parecía conducir a ninguna parte.

- Formuló un método de aceleración de partículas que parecía prometedor, pero en la práctica parecía más un ritual esotérico que otra cosa. - Ferrell adoptó esa postura tan característica que siempre inquietaba a Gruenewald. Parecía que su compañero le dijera con su mirada traviesa: "Ahora viene lo mejor de todo" - He reservado una visita a su antiguo despacho, el que tenía primeramente.

El antiguo despacho del doctor Abascal lo ocupaba ahora un investigador de energía atómica. Toda la estancia estaba llena de papeleo medio olvidado, informes, libros de cuentas, gruesas carpetas con material cuidadosamente archivado, un ordenador amarillento por el humo del tabaco y las horas de estar encendido a perpetuidad... Todo muy normal, nada que escapara de lo previsible .

El viaje desde Montfosc hasta Barcelona había durado una hora escasa. Los detectives habían pasado la noche planeando la visita y formándose expectativas sobre lo que encontrarían, y al llegar al lugar se llevaron una ligera desilusión.

- El "Manitú " no dejó ninguna de sus pertenencias aquí. Todo el " Vudú" fue embalado y enviado por correo.

- ¿Seguro que no queda nada? Somos grandes admiradores suyos, cualquier cosa suya, aunque sea una nota, nos haría muy felices.

- Miren lo que quieran, pero no toquen nada del doctor Schlenn.

Entonces Ferrell se dio cuenta de que el suelo era diferente al del resto del edificio, el cual generalmente era de losa.

- ¿Esto es alfombra o enmoquetado? - Preguntó.

- Moqueta. Pero ¿por qué...?

Con una sola mirada, Ferrell hizo saber a su compañera lo que había que hacer a continuación. Ya se habían encontrado con situaciones similares en el pasado, y con el paso del tiempo acabaron por desarrollar un completísimo código de gestos secreto.
- Cuénteme, señor Gavilà, ¿por qué razón llamaban el doctor Abascal "el Manitú"? – Dijo Gruenewald; acompañando el conserje amablemente, pero con firmeza, hacia fuera.

Ferrell actuó deprisa. Desplegó su cuchillo con destreza de salteador de caminos y empezó a practicar los cortes precisos en una sección especialmente ancha de parterre libre, sin ningún trasto encima. En segundos, ya estaba extrayendo un buen trozo del rojo enmoquetado.

- ¿Has encontrado algo? - Su compañera volvió a entrar mientras él realizaba una serie de fotos al suelo bajo la moqueta.

- ¿Y el conserje?

- Ocupado en la planta de abajo, contestando el teléfono y moviendo papeleo. Me ha repetido que no desordenemos nada y que no tardemos.

- Vaya. Me temo que soy uno de esos fans histéricos...

- ¿Qué es esto?

- El instinto no me falla nunca. - Dijo el inspector mirando triunfante a su compañera - Frederic Abascal no sólo tenía fama de brujo. De hecho, lo era.

En el trozo del verdadero suelo de losa que había quedado al descubierto se podía ver, como si de un resto arqueológico se tratara, una serie de círculos concéntricos grabados con extraños símbolos dispuestos simétricamente en sus circunferencias. Ferrell identificó los símbolos y adivinó el resto que componía el conjunto, que debía de ser un dibujo tan grande como toda la habitación: era un círculo alquímico. Seguro que aquellos que pusieron esa moqueta tenían miedo de perder el apoyo de la Generalitat si se descubrían las tendencias del señor Abascal.

( Continuará...)




miércoles, 19 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 4.

Cuarta entrega de Mal Tiempo. El misterio crece. ¿Qué esconde Frederic Abascal?


- Bien. Estoy perdiendo valiosísimas horas de clase mientras me hacen permanezer aquí y me obligan a exponer mis sentimientos a una desconocida.

- Comprendo tu frustración, David, pero las circunstancias de la muerte de tu padre... - Tuvo cuidado de elegir las palabras - nos obligan a tomar unas medidas un tanto especiales. Te haces cargo, ¿no?

- Supongo que sí.

- Bueno. - Ferrell se relajó un poco. Buscó entre sus bolsillos hasta encontrar el paquete de tabaco, encendió un cigarrillo y le ofreció al chico.

Este, obedeciendo a un acto reflejo, alargó la mano con los dedos separados. Pero enseguida se dio cuenta de lo que hacía y volvió a esconderla.

- Apáguelo, por favor. Aquí está prohibido fumar - Dijo la mujer, que ya se iba - ¿Qué ejemplo quiere dar a los jóvenes? ¿No sabe nada de los aspectos negativos del tabaco?

- Puede creerme, conozco los peores aspectos de ser un fumador. No se preocupe, no encendré ninguno más.

- Los dejo solos, tiene media hora.

La puerta se cerró tras ella. Ferrell se levantó para apagar el cigarrillo, y lo aprovechó para quedarse quieto, cerca de la espalda del chico, que parecía ausente.

- Debes de estar conmocionado, ¿verdad?

- Mi padre acaba de morir. ¿Como quiere que esté, feliz y contento? - David se miró los zapatos, aparentando serenidad a pesar de tener los ojos vidriosos.

- Es algo extraño que, habiendo pasado tal cosa, asistas a clase en vez de ir con tu madre. Estás con la psicóloga porque has mostrado una conducta desconcertante.

- Necesito asistir a estas clases. Usted no lo entiende.

- Bueno, dejémoslo. Cuéntame cosas de tu padre. ¿Era un hombre popular?

- A ver... - Al chico se le notaba incómodo en su asiento, y no paraba de remover el culo y de mirar hacia la puerta fugazmente, como un ratón asustado. - No sé qué decirle, era el responsable de contabilidad de una importante empresa de telecomunicaciones.

- ¿Tenía o podía tener algún enemigo? ¿Alguien que pudiera quererle algún daño? Piensa bien la respuesta.

Y tanto que se la pensó. Empezó a murmurar palabras de disculpa y negación y empezó a sudar abundantemente.

Ferrell se acercó, tranquilizador, al interrogado.

- ¿Por qué te disfraces de esta manera? ¿Qué intentas esconderme, David? Puedes contármelo, no temas.

Antes de que pudiera responder alguien llamó a la puerta y, sin dejar que Ferrell le invitara a entrar, el intruso ya estaba allí.

Reconocía su cara, era uno de los profesores de David.

Era viejo, o más bien envejecido. El rostro arrugado y de facciones duras, el cabello canoso y corto, cuerpo delgaducho, ni alto ni bajo, y gestos lentos pero precisos, semejantes a los de un felino rondando a una presa.

También tenía un sobrenatural atractivo masculino, un magnetismo especial. No habría dicho que era un vejestorio, sino un dandy con edad avanzada. Era extraño ver una característica tan especial precisamente en una persona como aquella. Se suele asociar a los profesores universitarios, y sobre todo los de ciencias, con la austeridad o incluso la dejadez.

El inspector tuvo que admitir, en su interior, que a primera vista se asustó cuando el inquietante maestro irrumpió en la consulta.

- David, ¿qué haces fuera de clase a estas horas? Las mentes del mañana no se forman en lugares como éste, sino en las aulas.

- Disculpe, ¿quién es usted? - Inquirió, casi contrariado, Ferrell.

- Abascal, Frederic Abascal. No habrá oído hablar de mí, seguramente. - Le tendió la mano. El tono derrotista de la respuesta hizo indagar un poco al detective.

- Ah, ¿no? ¿Y por qué?

El hombre se mordió el labio inferior, sin apartar ni una sola vez sus ojos inquisidores de los del detective.

- Ah, nada. No me haga caso. - sonrió vagamente - ¿Ha terminado con mi alumno? - David ya se había levantado y se parapetaba detrás del maestro. Ferrell deseaba saber qué pasaba allí, pero decidió retirarse, de momento.

- Sí. Está esperando el alta de la psicóloga, pero en cuanto a mí, yo ya he terminado por ahora.

Dedicando al chico una mirada inquisidora pero tranquila, para no asustarlo, empezó a irse. Antes, saludó el profesor.

Tenía la mano blanda, carnosa y tibia. Aún así encajó la suya con fuerza.

El detective giró ligeramente la muñeca. Las uñas estaban cuidadas pero un poco crecidas, y tenían una especie de polvillo amarillento debajo. Abascal, un hombre muy extraño.


( Continuará...)