martes, 13 de mayo de 2014

Colaboración para el Día del Cómic Gratis

El pasado sábado fue el Día del Cómic Gratis en toda España. Como mi escuela de dibujo cae cerca de Norma Comics Sabadell, librería especializada adherida a este evento (y que además de comics invitaba a cerveza, cosa que no está nada mal), nos propusieron a todos los alumnos de participar en un mural que sería sorteado entre toda la gente que se pasase por ahí y echase una firma.

Mi colaboración es ese Evangelion guitarrista de abajo a la izquierda.


viernes, 9 de mayo de 2014

Nuevo proyecto

Aquí tenéis la primera imagen creada por Esther Bernal López para el proyecto que tenemos en común, un libro ilustrado para niños llamado "El día en el que descubrí porqué la comida de la nevera desaparecía".


domingo, 4 de mayo de 2014

Noche Roja

Recientemente publiqué en The Secret la Revista una narración vampírica que hice hace poco. En su forma original estaba escrito en castellano, así que la subo aquí en dos partes para deleite de los fans.



Noche Roja

No me gusta el ulular de los búhos, nunca me ha gustado ni me acostumbraré jamás a él. Hace años, se convirtió para mí en el nuevo canto del gallo, en la señal de que otra jornada empezaba. Y para un novato en ésta farsa, eso va más allá de lo macabro y lo humillante.

Salgo de mi caja como un resorte, harto ya de la estasis, y hambriento. Cuando concluya mis tareas, pienso ir al banco a saciarme. Después de todo, el desayuno es la comida principal del día, ¿no?

La 677 vuelve a llamar al servicio de habitaciones. ¿Es que éstos no duermen nunca? Ah, la 433 ya queda vacía. Habrá que enviar a unos cuantos ghouls a que limpien los destrozos a lametones… Joder, ya bajan. Como viven los cabrones. Además, ella está de toma pan y moja…

Las 12. Hora de despertar a mister frac y señora. Menudos frikis, donde se piensan que viven, ¿en el siglo XIX? Descuelgo el teléfono y marco. Un tono, dos, la voz adormilada de miss frac:

-         ¿Sí? – Dijo ella, el brazo delgado y pálido colgando lánguidamente por el borde del ataúd de estilo victoriano. La voz del otro lado del aparato sonaba joven, aburrida, cortés e irritada a un mismo tiempo.
-         Son las doce en punto, madame Templeshire. Mandaron ser desperezados a ésta hora.
-         Ah, sí. Gracias, Ambrosius.
-         Soy Benítez, madame. – El recepcionista marcó cada sílaba de la palabra “madame”.
-         Perfecto. Haz que lo preparen todo para nuestra salida, ya sabes que a mister Templeshire le gusta que todo esté listo para cuando bajemos.    
-         Espléndido, madame.

Carlotta dejó caer el teléfono nacarado y se volvió en la amplia caja acolchada. El ataúd de al lado todavía no se había abierto, a su marido aun no le había despertado el hambre. Hacía siglos que se conocían y siempre tenía mucho más apetito que él. Bueno, después de todo, los viejos siempre quieren más que los jóvenes, ¿no?

Aunque eso no importaba, lo amaba hasta lo indecible, y llevaba su apellido con orgullo.

-         ¿Amor? – Susurró. Ninguna respuesta. Golpeó suavemente la tapa de madera con los nudillos. Dentro hubo un rumor y ese gruñido tan sensual que la hacía estremecer. Su joven bestia estaba despertando – El desayuno nos aguarda, amor. – Volvió a susurrar, esta vez un poco más alto.

La tapa crujió al ser levantada, y cayó a un lado colgada de sus bisagras. Un hombretón pálido, repeinado y vestido pulcramente con un traje de seda y cachemir emergió del interior de la caja con ademán afectado.

-         ¿No quedaron sobras de ayer? – Preguntó, bostezando.
-         Se han echado a perder, amor. – Carlotta echó un ojo al diván del otro lado de la habitación. Echadas encima de este, encadenadas al radiador, dos mujeres de mediana edad la miraban con ojos vidriosos, las bocas secas y muy abiertas aun goteaban sangre y saliva espesa. Parecían muñecas de trapo, con las extremidades y el vientre mordisqueados y abiertos, llenos de costras resecas.

Al salir a la noche, una suave brisa otoñal envolvió a la pareja más glamurosa de la comunidad en su camino hacia un volkswagen negro que los esperaba a la puerta del hotel. Los demás residentes los observaban desde las rendijas. Era la hora de desayunar, y todos, desde el más rico hasta el más solitario carcamal coincidían en una cosa: todos debían desplazarse hacia el valle a buscar comida o contentarse con el plasma que se servía envasado.

Ambos llevaban trajes anticuados aunque elegantes, y al subir al automóvil él la sujetada de la mano, como un auténtico caballero. El volkswagen rugió al emprender la marcha, llenando de humo espeso el patio principal.

Pasaron por delante del cine, en el que las parejas de clase media recién salidas del banco, los estómagos llenos de sangre, se congregaban como cada noche a disfrutar una vez más de los musicales y las comedias románticas que los humanos de antaño filmaron con tan acertados guiones.
“Esos humanos” Pensó Carlotta mientras leía la cartelera, aprovechando que el coche se había detenido en un semáforo. “Se pasaron toda su existencia dándole vueltas a sus propios miedos. Miedo a ser feliz, miedo a morir, miedo a estar solo. Menos mal que cambiaron las tornas y tomamos nosotros el relevo, que si no… Menuda debacle. Mira que títulos…”

El cartel luminoso proyectaba esa semana Sonrisas y lágrimas, My fair lady, La boda de mi mejor amigo y El diario de Bridgett Jones. Soporífero.

El asfalto dejó paso a una carretera de gravilla, y ésta a un desvío sin asfaltar lleno de baches que los condujo poco a poco a las entrañas del valle, territorio de caza predilecto de la clase pudiente.

-         ¿Tienes hambre? – Preguntó su marido, con aire distraído.
-         No especialmente, pero ya sabes. La emoción de cazar junto a mi hombre – Respondió Carlotta apretándole fuertemente la mano.
-         ¿Qué te apetece desayunar hoy, cariño?
-         Hum – Pensó Carlotta – Hace tiempo que no pruebo sangre de mozo. Del tipo deportista, ¿sabes a lo que me refiero? Un mozo sanote y sin desvirgar, que aun no se haya enviciado con alcohol ni drogas de diseño.
-         Estupendo – Respondió él – Busquemos uno bueno para ti y yo seguiré buscando a mi pelirroja.
-         ¡Oh, amor! Sabes que escasean cada vez más, pero tú sigues en tus trece. – Carlotta se reclinó en el asiento, hastiada. De pronto recordó algo y miró afuera con interés – ¿Sabes que corren rumores sobre una nueva religión?
-         ¿Religión?
-         Se dice que los pelirrojos son trasladados a cuevas fortificadas, donde se reúne toda la plata que esos cavernícolas han podido rapiñar. Allí los veneran. Son sus nuevos dioses y sus nuevos templos.
-         Interesante – Se limitó a decir él. Ella notó que no la estaba escuchando, así que dejó el tema. Seguramente acabaría amorrado al cuello de cualquier palurdo sarnoso en cuanto se cansase de perseguir a mozuelas asustadas y de esquivar chuzos de madera.
-         Señores – Dijo el chofer con voz monocorde – Hemos llegado a la linde del coto de caza.
-         ¡Vamos, amor! Ya puedo olerlos, tan calentitos en sus camastros…

El clan de los cuervos se preparaba para otra noche de asedio. Los ancianos, los enfermos y los niños dormían acurrucados en rudimentarios lechos, dentro de las cuevas, mientras los adultos fuertes, mujeres y hombres avezados a la odiada oscuridad nocturna, se turnaban para vigilar las fortificaciones hechas de estacas de madera afilada y plata forjada en multitud de formas punzantes.

Mientras una buena parte de ellos ocupaban ordenadamente sus puestos, el resto se reunía en el pozo del placer, organizando la enésima velada de la fertilidad.
En el clan de los cuervos primaba la supremacía numérica, cuantos más miembros tuviese la comunidad, más posibilidades tendrían de sobrevivir a las cacerías de los chupa-sangres. Del interior del pozo, excavado en el suelo a varios metros de profundidad, empezó a surgir el acostumbrado coro de gemidos y suspiros fruto de la orgía masiva. No importaba quien fornicase con quien, mientras fuera rápido y continuado. El invierno pasado habían sufrido muchas bajas en el sector femenino y en el de los adultos jóvenes, y las posibles futuras parturientas debían quedar preñadas para que en el siguiente ciclo tuvieran más cuervos para asegurar la continuidad de la especie.

-         Va a ser una noche movida, Vesta. – El jefe de los vigilantes, un hombre cincuentón con varios mordiscos en los brazos y en el cuello, se volvió para hablar con su compañera de vigilia – Creo recordar que por éstas fechas celebran una especie de fiesta.

La mujer que lo acompañaba, joven y de cuerpo musculoso y tonificado, le respondió mientras examinaba distraída la punta de plata de su lanza:

-         Por mí como si celebran una puta fiesta cada día, Hank. Los chupa-sangres se toman la cacería como un picnic, da igual la época del año.
-         Quizás…
-         ¿En qué piensas?

Hank bajó la vista, con el rostro compungido. La luz de la luna lo bañaba y le hacía parecer un soldado vikingo que estuviese rezando a sus dioses.

-         ¿Has oído hablar del clan de más allá de las montañas?
-         ¿Ese cuento de los adoradores de pelirrojas? En serio, Hank. – Vesta chasqueó la lengua y le dio un porrazo en el hombro. Hank ni se inmutó. - ¿Lo dices en serio? ¿Crees de verdad en su existencia?
-         Los exploradores dicen que los han visto. Por lo visto son unos cabronazos asilvestrados que no temen a nada, se han vuelto salvajes como lobos, ya no usan ningún idioma, y algunos chupa-sangres han dejado de pasarse por su territorio.

Vesta escudriñó la oscuridad, de pronto preocupada. Ya había pasado la hora límite, a partir de entonces podía aparecer el enemigo en cualquier momento.


En las entrañas del valle había los restos de un antiguo cementerio abandonado. Llegar hasta allí era difícil, pues la maleza llevaba siglos tragándoselo. De todas maneras, no había nada habitable cerca, y ni un alma se tomaría la molestia de visitar cuatro lápidas derruidas y una cripta roñosa. Era el sitio ideal donde un noctámbulo solitario se acondicionaría un hogar.