martes, 25 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 10 y última.

Y hasta aquí la traducción. Espero que hayáis disfrutado de la novela. Un Pere Ferrell más joven volverá a aparecer en otra historia, dentro de un tiempo. ¡Gracias por seguir Mal Tiempo!

Por última vez, el tiempo se detuvo. El profesor venció por enésima vez la resistencia del aire estático que le rodeaba y que le dificultaba el movimiento, como si estuviera nadando en una charca de barro. Volvió a empuñar el arma, sonrió abrigado por su genial uniforme y se acercó a Ferrell; que se había quedado petrificado ante él, con la pistola a medio guardar en la funda que llevaba colgando cerca de la axila.

Lo habría degollado de no haber sido por el joven, que se le echó encima como un león. Maestro y alumno cayeron al suelo. Abascal no había tenido en cuenta el arrojo de David, a quien tenía como un chico dócil e impresionable, sometido a su voluntad. La fuerza de la embestida hizo que la cabeza del profesor se estrellara contra una raíz del sotobosque.

Cuando regresaron al tiempo normal, los detectives descubrieron David arrodillado cerca del cadáver del profesor, o lo que quedaba de él. La escafandra seguía intacta; salvo el maltrecho casco que , hendido y desenroscado, había rodado unos metros más allá. La fina capa de azufre que lo recubría como una película se había quemado y ahora estaba todo él ennegrecido.

Pero sólo estaba su uniforme. De Abascal no había ni rastro, tan sólo un polvillo grisáceo.

Fueron a recoger al pobre chico, que se había sentado abrazándose las rodillas, ausente, repitiéndose una vez tras otra:

- Él mató a mi padre... Él mató a mi padre...

- Haremos lo que haga falta para que su traslado al hospital sea lo más rápido posible.

- Gracias.

Los médicos llevarían a Gruenewald a observación, nunca se sabía qué sustancia química se le habría podido filtrar a la sangre.

Estaban al día siguiente de la resolución del caso, y parecía que se encontraran en otro mundo. El pueblo entero parecía respirar tranquilo, después de una agonía prolongada. Ya no se oían los molestos aviones ir y venir por sobre sus cabezas, y los relojes dejaban de retrasarse misteriosamente.

- Todo ha terminado. - Dijo aliviada Gruenewald, que ya llevaba un vendaje más bien hecho. - Si te he de ser sincera, pensaba que nos las teníamos con un maníaco que utilizaba aparatos de alta frecuencia sonora y se creía el sucesor de Paracelso. Pero la manera en que ha muerto... Básicamente, sus células se han hiperdesgastado. ¡Ha pasado de la mediana edad a, calculo, unos doscientos años! Te lo podré confirmar cuando me lleguen los resultados de los análisis.

- Será si te llegan. - Respondió su compañero sin tono en la voz.

- ¿Qué quieres decir?

Ferrell no dijo nada. Permaneció sentado, junto a su compañera y amiga, mirando distraído por la ventana con aire depresivo.

- ¿Qué pasa?

- Ha desaparecido.

- ¿Cómo dices?

- Que ha desaparecido. Todo. El cuerpo del Abascal... bueno, ya sabes... La cabaña, los objetos dorados del bosque... todo, Clara. Incluso la familia Martínez.

- ¿Qué? ¿Quién ha sido? ¿Cuando los secuestraron?

- No los han secuestrado. Se han mudado repentinamente. Como si vivir aquí fuera la última cosa imaginable. No nos dejan saber a dónde se dirigen, y tampoco me han dejado interrogarlos cuando me he enterado.

- ¿Y las cosas del profesor?

Ferrell extendió la mano y le dio a su compañera una especie de medalla. Era de plata, y había grabada una Estrella de David con un sol naciente en medio. En tres de las seis puntas había un elegante número, un seis.

- Eso es lo que queda, y porque yo lo cogí de uno de los cajones del comedor del Abascal. ¿Sabes qué es?

- Parece el símbolo de una sociedad ocultista. Recuerda a los manuales de la Golden Dawn, o Amanecer Dorado, una sociedad de magos que existió en el siglo XIX. Pero estos tres seises no sé qué pintan aquí.

- Seiscientos sesenta y seis. El diablo. Sea como sea, la Golden Dawn se dividió y desapareció. Sus actividades cesaron. Esto me da muy mala espina.

- ¿Qué interés podría tener una sociedad como aquella en las investigaciones del profesor? - Gruenewald abrió los ojos, vislumbrando lo que podría haber pasado - ¿Quieres decir que han sido ellos quienes lo han hecho desaparecer todo?

- Llamé enseguida al departamento. No podrían haber llegado antes que nuestros hombres.

- Ferrell.

- ¿Sí?

- Me parece que el tiempo jugó a favor suyo - La mirada de la mujer fue suficiente para que Ferrell dejara de insistir.

Habían jugado con ellos, era evidente. Habían conocido sus pasos en todo momento y los vigilaban. Quizá lo estaban haciendo en ese momento. Sea como fuere, el asesino directo de la víctima había sido reducido, y por tanto el caso estaba resuelto a pesar del dramatismo del desenlace.

Oficialmente había muchos enigmas que inquietaban el departamento: como el de los robos, el de los aviones invisibles, el de los relojes...

- Se hace tarde, vámonos. Parece que va a llover.

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