Por última vez,
el tiempo se detuvo. El profesor venció por enésima vez la resistencia del aire
estático que le rodeaba y que le dificultaba el movimiento, como si estuviera
nadando en una charca de barro. Volvió a empuñar el arma, sonrió abrigado por
su genial uniforme y se acercó a Ferrell; que se había quedado petrificado ante
él, con la pistola a medio guardar en la funda que llevaba colgando cerca de la
axila.
Lo habría
degollado de no haber sido por el joven, que se le echó encima como un león. Maestro
y alumno cayeron al suelo. Abascal no había tenido en cuenta el arrojo de David,
a quien tenía como un chico dócil e impresionable, sometido a su voluntad. La
fuerza de la embestida hizo que la cabeza del profesor se estrellara contra una
raíz del sotobosque.
Cuando regresaron
al tiempo normal, los detectives descubrieron David arrodillado cerca del cadáver
del profesor, o lo que quedaba de él. La escafandra seguía intacta; salvo el
maltrecho casco que , hendido y desenroscado, había rodado unos metros más allá.
La fina capa de azufre que lo recubría como una película se había quemado y
ahora estaba todo él ennegrecido.
Pero sólo estaba
su uniforme. De Abascal no había ni rastro, tan sólo un polvillo grisáceo.
Fueron a recoger
al pobre chico, que se había sentado abrazándose las rodillas, ausente, repitiéndose
una vez tras otra:
- Él mató a mi
padre... Él mató a mi padre...
- Haremos lo que
haga falta para que su traslado al hospital sea lo más rápido posible.
- Gracias.
Los médicos
llevarían a Gruenewald a observación, nunca se sabía qué sustancia química se
le habría podido filtrar a la sangre.
Estaban al día
siguiente de la resolución del caso, y parecía que se encontraran en otro mundo.
El pueblo entero parecía respirar tranquilo, después de una agonía prolongada.
Ya no se oían los molestos aviones ir y venir por sobre sus cabezas, y los
relojes dejaban de retrasarse misteriosamente.
- Todo ha
terminado. - Dijo aliviada Gruenewald, que ya llevaba un vendaje más bien hecho.
- Si te he de ser sincera, pensaba que nos las teníamos con un maníaco que
utilizaba aparatos de alta frecuencia sonora y se creía el sucesor de Paracelso.
Pero la manera en que ha muerto... Básicamente, sus células se han
hiperdesgastado. ¡Ha pasado de la mediana edad a, calculo, unos doscientos años!
Te lo podré confirmar cuando me lleguen los resultados de los análisis.
- Será si te
llegan. - Respondió su compañero sin tono en la voz.
- ¿Qué quieres
decir?
Ferrell no dijo
nada. Permaneció sentado, junto a su compañera y amiga, mirando distraído por
la ventana con aire depresivo.
- ¿Qué pasa?
- Ha desaparecido.
- ¿Cómo dices?
- Que ha
desaparecido. Todo. El cuerpo del Abascal... bueno, ya sabes... La cabaña, los
objetos dorados del bosque... todo, Clara. Incluso la familia Martínez.
- ¿Qué? ¿Quién ha
sido? ¿Cuando los secuestraron?
- No los han
secuestrado. Se han mudado repentinamente. Como si vivir aquí fuera la última
cosa imaginable. No nos dejan saber a dónde se dirigen, y tampoco me han dejado
interrogarlos cuando me he enterado.
- ¿Y las cosas
del profesor?
Ferrell extendió
la mano y le dio a su compañera una especie de medalla. Era de plata, y había
grabada una Estrella de David con un sol naciente en medio. En tres de las seis
puntas había un elegante número, un seis.
- Eso es lo que
queda, y porque yo lo cogí de uno de los cajones del comedor del Abascal. ¿Sabes
qué es?
- Parece el símbolo
de una sociedad ocultista. Recuerda a los manuales de la Golden Dawn, o
Amanecer Dorado, una sociedad de magos que existió en el siglo XIX. Pero estos
tres seises no sé qué pintan aquí.
- Seiscientos
sesenta y seis. El diablo. Sea como sea, la Golden Dawn se dividió y desapareció.
Sus actividades cesaron. Esto me da muy mala espina.
- ¿Qué interés
podría tener una sociedad como aquella en las investigaciones del profesor? -
Gruenewald abrió los ojos, vislumbrando lo que podría haber pasado - ¿Quieres
decir que han sido ellos quienes lo han hecho desaparecer todo?
- Llamé enseguida
al departamento. No podrían haber llegado antes que nuestros hombres.
- Ferrell.
- ¿Sí?
- Me parece que
el tiempo jugó a favor suyo - La mirada de la mujer fue suficiente para que Ferrell
dejara de insistir.
Habían jugado con
ellos, era evidente. Habían conocido sus pasos en todo momento y los vigilaban.
Quizá lo estaban haciendo en ese momento. Sea como fuere, el asesino directo de
la víctima había sido reducido, y por tanto el caso estaba resuelto a pesar del
dramatismo del desenlace.
Oficialmente
había muchos enigmas que inquietaban el departamento: como el de los robos, el
de los aviones invisibles, el de los relojes...
- Se hace tarde,
vámonos. Parece que va a llover.
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