sábado, 15 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 2.

Aquí la segunda parte de Mal Tiempo. ¡A ver que os parece!


El coche negro atravesaba las afueras de la silenciosa población de montaña. El paisaje que veían los detectives a ambos lados de la calle estaba lleno de ricas casas para gente acomodada. Eran todos barrios residenciales, con las tiendas obligadas de comestibles y también gran variedad de comercios, para satisfacer cualquier tipo de demanda, por frívola que fuera.

Mientras cruzaban las solitarias calles de Montfosc, Ferrell le iba contando a su compañera la teoría que tenía perfilada y que concernía al caso. Según él, que había estudiado casos similares en barrios de ese tipo, la tranquilidad, el tiempo libre y sobretodo la relativa disponibilidad de bienes económicos daban lugar a crecientes patologías en ciertos residentes que a veces terminaban en psicosis peligrosas. A veces se había encontrado una casa como las que estaban viendo en ese momento, llena de cadáveres emparedados en los pasillos, guardados a trozos en neveras y refrigeradores, o enterrados en jardines.

Ferrell era del parecer que urbanizaciones como aquella eran un caldo de cultivo para psicópatas en potencia.

Aquel caso representaba una parte mucho más oscura y misteriosa del problema.

La dueña de la casa abrió la puerta después de que hubieran tenido que llamar tres veces al timbre. Tenía aspecto de cansada, no sólo por el llanto que evidenciaban las oscuras ojeras, sino por algún otro motivo, que se afanaba en ocultar.

Gruenewald entró primero, seguida por su compañero. De repente, se oyó en toda la atmósfera un ruido ensordecedor, como si proviniese de un motor a reacción. Quizás uno de esos aviones que pueden romper la barrera del sonido pasaba en ese momento por encima de sus cabezas.

Ferrell observó con atención el cielo, sin ver nada.

Sólo pasaron hasta la entradilla del salón. La casa era acogedora y elegante, pero tenía un no se qué que erizaba los pelos de la nuca. Tanto Ferrell como Gruenewald lo notaron enseguida. ¿Qué podía ser? Tenían la sensación de que eran observados en todo momento.

- Usted era la esposa de Carlos Martínez Borrell, Sandra Corens y Mata. ¿Es verdad?

- Sí, ¿qué es lo que quieren? Ya lo he explicado todo mil veces a la policía.

- Acabamos de llegar a la ciudad y todavía no hemos visto nada ni conocemos a nadie. Esperábamos que usted nos diera su versión de lo ocurrido. - Gruenewald se mostraba mucho más cercana a la mujer, no tan policial como Ferrell. Esperaba calmar los ánimos.

- ¿Mi... versión? - La mujer se puso repentinamente nerviosa. Empezó a mirar frenéticamente hacia un armario que había cerca de la puerta de la cocina, y también al rincón de las escaleras, que servía de trastero. Su mirada corría de un lado a otro, de forma enfermiza.

- ¿Le ocurre algo?

- Tendré que pedirles que se marchen. - Dijo ausente, fijando la vista ahora sólo en el armario.

Gruenewald miró en la misma dirección y se acercó a los postigos de madera. La mujer no la detuvo, ni siquiera dirigió la vista hacia ella.

Ferrell, por su lado, miró distraídamente la consola, que tenía un gran espejo encima. Colgadas de la reflectante superficie, formando un bonito marco de los recuerdos, había una serie de fotos familiares. En la mayoría de ellas aparecía el difunto, acompañado por un muchacho pulcramente vestido, peinado y acicalado. Era tal la pulcritud de su porte, de sus posturas elegantes; casi dignos del calendario de El Corte Inglés; que daba un poco de rabia.

- ¿Su hijo? - Preguntó, cortés, mirando a través del espejo a ratos las fotos, a ratos a la señora Corens.

- Si - Respondió, cansada, la madre.

- Parece un chico que irradia formalidad, se le ve una persona bastante cabal.

- Lo es, nosotros estamos... estábamos muy orgullosos.

- ¿Cómo ha ido digiriendo la pérdida? - Ferrell se volvió, mirando esta vez cara a cara a la interrogada - Y ahora que me fijo: ¿A qué se debe que no esté en casa, a esta hora? Tengo entendido que hoy por la tarde hacen los preparativos para el entierro.

- Por favor, les pido que se vayan, estoy muy cansada. Seguro que la policía les dará todos los detalles.

- ¿Por qué insiste tanto en que nos marchemos? – Inquirió Ferrell - ¿Se cree que su opinión no cuenta? Nosotros no somos la policía, estrictamente hablando. Estamos abiertos a muchas más cosas de las que piensa.

- Por favor. Váyanse. No tengo nada más que decir.

- ¿Dónde está su hijo ahora?

- En clase. Por favor...

Gruenewald sintió un extraño estremecimiento de angustia antes de abrir el armario, como si al abrirlo encontrara algo inesperado que le saltara encima.

"¿El hombre del saco?" - Pensó incrédula, y abrió de par en par los postigos.


( Continuará...)

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