Penúltima entrega de la traducción. Todas las cartas están sobre la mesa, ¿Qué pasará? Solo el tiempo lo dirá...
Casi no
necesitaron iluminar el pequeño subterráneo que había bajo la trampilla, las
luces fantasmagóricas que reinaban ya lo hacían sobradamente. Ferrell entrevió,
en medio de la luminaria plateada y amarilla, los mismos dibujos en el suelo
que habían visto en Barcelona. La diferencia era que estos estaban mejor
dibujados, y tenían muchos más símbolos y líneas.
- Claro. Aquí tenemos
el catalizador. La fuente de energía de todo este galimatías.
- ¿De dónde sale
toda esta luz? No hay ningún foco.
- No lo hay. Es
alquimia, Gruenewald. Mira todos los estantes que hay aquí. Llenos de libros
que hablan del tema.
La mujer cerró la
trampilla. No sabía avenirse a esa idea. ¡Alquimia! Considerada un fraude por
la comunidad científica desde el siglo XVIII, ahora era la herramienta, según
su osado compañero, de un científico chiflado que paraba el tiempo en todo un
pueblo y en sus habitantes para robar tiendas y matar a la gente.
- No me lo trago.
No esta vez, Ferrell. - señaló la trampilla mientras lo miraba a los ojos
fijamente - Aquí abajo no hay ningún círculo alquímico, Abascal no detiene el
tiempo utilizando artefactos dorados esparcidos por todo el término municipal,
y menos aun lo hace para tan absurdos actos.
- ¿Tienes una
explicación mejor? - Replicó Ferrell con suficiencia.
- Es muy sencillo.
Aquí abajo hay un teatro, un montaje para que pensemos lo que no es. Abascal lo
tenía todo muy bien preparado: Se creó un pasado lo suficientemente creíble
como para engañarnos ahora con este juego de luces. - Gruenewald calló unos
segundos, saliendo afuera. Ferrell la siguió - Frederic Abascal fue un científico
brillante, deslumbrado como tantos otros por la quimera de todo hombre romántico:
la piedra filosofal, el elixir de la larga vida, gloria ,conocimiento... tonterías.
Poco a poco fue desarrollando una patología que le hizo introducir elementos de
sus libros de alquimia en las investigaciones que hacía. Por eso lo expulsaron
y se vio obligado a hacer de profesor: es lo único que puedes hacer cuando no
recibes apoyo.
Un grito entre
los árboles les alertó. Era de alguien asustado y agotado, que llevaba bastante
rato corriendo. Enseguida vieron a David, que se refugió a su amparo. Llevaba puesta
una especie de escafandra, con el casco bajo el brazo. Iba lleno de tubos que
salían de un aparato de metal en el pecho e iban por los hombros. Despedía un hedor
horrible a azufre quemado.
- ¡Ayúdenme, por
favor! ¡Vendrá, vendrá y me matará! ¡Y a ustedes también, no tienen un traje
temporal!
- Tranquilo.
Cálmate. - Ferrell lo agarró y lo puso a cubierto, dentro de la cabaña.
- ¡No podemos
huir de él, nada se le resiste! Mi padre trabajaba con él, ¡y por su avaricia
miren qué le hizo! - Gruenewald miró a Ferrell. ¡Una incógnita revelada, el
ladrón era Martínez, y había colaborado con los experimentos!
- ¡Entonces dime
cómo podemos hacerlo! Si es verdad que puede detener el tiempo, ¡¿cuál es la
manera de burlarlo?!
El chico intentó recuperar
el aliento. No le resultaba fácil pensar, con la maraña mental que tenía.
- Fuera... ¡Salgamos!
¡De prisa!
Empezó a correr,
seguido por los detectives. Ahora caía en la cuenta, no hacía falta huir erráticamente
para despistarlo, bastaba con salir de los límites de su área de control:
cruzar el lugar donde estaba el dispositivo esférico.
Ya podían ver el
tenue brillo del oro refulgiendo entre el barro del bosque cuando David se
giró. Había oído algo. El oscuro presentimiento que sintieron tanto Ferrell
como Gruenewald se confirmó un segundo más tarde, con el fatídico ruido que de
sobra conocían resonando en el aire como un motor que se pone en marcha poco a
poco, cogiendo impulso.
- ¡No! ¡Ni
hablar! - David se colocó prestamente el casco que llevaba, casi sin apretar
los anclajes que lo fijaban al chaleco.
La próxima cosa
que vieron los detectives fue la cegadora luz. Cuando consiguieron abrir los
ojos, David ya no estaba delante suyo. El chico se había desplazado hasta unos
metros más allá, y ahora se encontraba enzarzado en una lucha encarnizada
contra el profesor Abascal, que no llevaba el casco y parecía ahora tan sólo un
anciano decrépito, y no el gran científico y erudito que gustaba de aparentar.
Pugnaban por la
posesión de otro cuchillo. Abascal parecía impaciente por clavarlo en el cuello
del chico, mientras que David lo mantenía a raya haciendo gala de su fuerza
juvenil.
- Traidor... asqueroso
traidor hijo de... ¡No sabes, no tienes ni idea de lo que has provocado!
- ¡Quietos! ¡Deténganse!
- Las voces de los detectives sonaron firmes, imperativas. Pero ninguno de los
dos hizo caso.
- ¡Disparen! - Clamó
David - ¡Es lo que nos merecemos! ¡No está bien, nada de esto está bien!
- ¡Calla, nenaza!
- Con un brusco codazo, el profesor se desembarazó de David. Caminó unos metros
hacia los detectives con las manos por delante, como si se fuera a entregar. En
una llevaba el cuchillo, y en la otra el casco.
- ¡Deténgase,
Abascal! - Le advirtió Ferrell - ¡Se acabó! Ha perdido y debe responder ante la
justicia.
- ¡Su justicia y
la mía son incompatibles!
- ¡No nos haga
disparar! Usted tiene un talento que puede llevar a la humanidad a mejor. ¿De
verdad quiere tirar por la borda tantos años de estudios y experimentos?
- ¡¿La humanidad?!
¡No me haga reír! ¡Para mí, la especie humana puede irse a la porra! Que
continúen con sus prejuicios, su auto-complacencia, su afán de destrucción. ¡Yo
viviré por siempre, aquí, apoyado por los que de verdad quieren el conocimiento!
Mientras vosotros, humanos, ¡podríos e id desapareciendo!
- No pensamos
repetirlo más, profesor. - Dijo Gruenewald - ¡Tire el cuchillo! ¡Las manos
donde podamos verlas!
Abascal enfundó
el cuchillo y se colocó el casco con parsimonia. Alzó las manos como
demostrando que iba desarmado y se acercó aún más a los detectives.
No lo vieron,
pero en la derecha llevaba el mecanismo, pequeño como una caja de tabaco, que
era lo que le permitía poner en funcionamiento su "mágico" artefacto
temporal.
Cuando estuvo a
medio metro de ellos, se detuvo, muy tranquilo.
- Está bien. Ferrell,
espósale.
- ¡Cuidado! - Gritó
David, que empezó a correr desesperado hacia ellos.
Abascal lanzó un
grito gutural, ahogado por el casco de la escafandra, y accionó el mecanismo con
un simple gesto de su pulgar.
- ¡No!
Por última vez,
el tiempo se detuvo.
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