lunes, 24 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 9

Penúltima entrega de la traducción. Todas las cartas están sobre la mesa, ¿Qué pasará? Solo el tiempo lo dirá...


Casi no necesitaron iluminar el pequeño subterráneo que había bajo la trampilla, las luces fantasmagóricas que reinaban ya lo hacían sobradamente. Ferrell entrevió, en medio de la luminaria plateada y amarilla, los mismos dibujos en el suelo que habían visto en Barcelona. La diferencia era que estos estaban mejor dibujados, y tenían muchos más símbolos y líneas.

- Claro. Aquí tenemos el catalizador. La fuente de energía de todo este galimatías.

- ¿De dónde sale toda esta luz? No hay ningún foco.

- No lo hay. Es alquimia, Gruenewald. Mira todos los estantes que hay aquí. Llenos de libros que hablan del tema.

La mujer cerró la trampilla. No sabía avenirse a esa idea. ¡Alquimia! Considerada un fraude por la comunidad científica desde el siglo XVIII, ahora era la herramienta, según su osado compañero, de un científico chiflado que paraba el tiempo en todo un pueblo y en sus habitantes para robar tiendas y matar a la gente.

- No me lo trago. No esta vez, Ferrell. - señaló la trampilla mientras lo miraba a los ojos fijamente - Aquí abajo no hay ningún círculo alquímico, Abascal no detiene el tiempo utilizando artefactos dorados esparcidos por todo el término municipal, y menos aun lo hace para tan absurdos actos.

- ¿Tienes una explicación mejor? - Replicó Ferrell con suficiencia.

- Es muy sencillo. Aquí abajo hay un teatro, un montaje para que pensemos lo que no es. Abascal lo tenía todo muy bien preparado: Se creó un pasado lo suficientemente creíble como para engañarnos ahora con este juego de luces. - Gruenewald calló unos segundos, saliendo afuera. Ferrell la siguió - Frederic Abascal fue un científico brillante, deslumbrado como tantos otros por la quimera de todo hombre romántico: la piedra filosofal, el elixir de la larga vida, gloria ,conocimiento... tonterías. Poco a poco fue desarrollando una patología que le hizo introducir elementos de sus libros de alquimia en las investigaciones que hacía. Por eso lo expulsaron y se vio obligado a hacer de profesor: es lo único que puedes hacer cuando no recibes apoyo.

Un grito entre los árboles les alertó. Era de alguien asustado y agotado, que llevaba bastante rato corriendo. Enseguida vieron a David, que se refugió a su amparo. Llevaba puesta una especie de escafandra, con el casco bajo el brazo. Iba lleno de tubos que salían de un aparato de metal en el pecho e iban por los hombros. Despedía un hedor horrible a azufre quemado.

- ¡Ayúdenme, por favor! ¡Vendrá, vendrá y me matará! ¡Y a ustedes también, no tienen un traje temporal!

- Tranquilo. Cálmate. - Ferrell lo agarró y lo puso a cubierto, dentro de la cabaña.

- ¡No podemos huir de él, nada se le resiste! Mi padre trabajaba con él, ¡y por su avaricia miren qué le hizo! - Gruenewald miró a Ferrell. ¡Una incógnita revelada, el ladrón era Martínez, y había colaborado con los experimentos!

- ¡Entonces dime cómo podemos hacerlo! Si es verdad que puede detener el tiempo, ¡¿cuál es la manera de burlarlo?!

El chico intentó recuperar el aliento. No le resultaba fácil pensar, con la maraña mental que tenía.

- Fuera... ¡Salgamos! ¡De prisa!

Empezó a correr, seguido por los detectives. Ahora caía en la cuenta, no hacía falta huir erráticamente para despistarlo, bastaba con salir de los límites de su área de control: cruzar el lugar donde estaba el dispositivo esférico.

Ya podían ver el tenue brillo del oro refulgiendo entre el barro del bosque cuando David se giró. Había oído algo. El oscuro presentimiento que sintieron tanto Ferrell como Gruenewald se confirmó un segundo más tarde, con el fatídico ruido que de sobra conocían resonando en el aire como un motor que se pone en marcha poco a poco, cogiendo impulso.

- ¡No! ¡Ni hablar! - David se colocó prestamente el casco que llevaba, casi sin apretar los anclajes que lo fijaban al chaleco.

La próxima cosa que vieron los detectives fue la cegadora luz. Cuando consiguieron abrir los ojos, David ya no estaba delante suyo. El chico se había desplazado hasta unos metros más allá, y ahora se encontraba enzarzado en una lucha encarnizada contra el profesor Abascal, que no llevaba el casco y parecía ahora tan sólo un anciano decrépito, y no el gran científico y erudito que gustaba de aparentar.

Pugnaban por la posesión de otro cuchillo. Abascal parecía impaciente por clavarlo en el cuello del chico, mientras que David lo mantenía a raya haciendo gala de su fuerza juvenil.

- Traidor... asqueroso traidor hijo de... ¡No sabes, no tienes ni idea de lo que has provocado!

- ¡Quietos! ¡Deténganse! - Las voces de los detectives sonaron firmes, imperativas. Pero ninguno de los dos hizo caso.

- ¡Disparen! - Clamó David - ¡Es lo que nos merecemos! ¡No está bien, nada de esto está bien!

- ¡Calla, nenaza! - Con un brusco codazo, el profesor se desembarazó de David. Caminó unos metros hacia los detectives con las manos por delante, como si se fuera a entregar. En una llevaba el cuchillo, y en la otra el casco.

- ¡Deténgase, Abascal! - Le advirtió Ferrell - ¡Se acabó! Ha perdido y debe responder ante la justicia.

- ¡Su justicia y la mía son incompatibles!

- ¡No nos haga disparar! Usted tiene un talento que puede llevar a la humanidad a mejor. ¿De verdad quiere tirar por la borda tantos años de estudios y experimentos?

- ¡¿La humanidad?! ¡No me haga reír! ¡Para mí, la especie humana puede irse a la porra! Que continúen con sus prejuicios, su auto-complacencia, su afán de destrucción. ¡Yo viviré por siempre, aquí, apoyado por los que de verdad quieren el conocimiento! Mientras vosotros, humanos, ¡podríos e id desapareciendo!

- No pensamos repetirlo más, profesor. - Dijo Gruenewald - ¡Tire el cuchillo! ¡Las manos donde podamos verlas!

Abascal enfundó el cuchillo y se colocó el casco con parsimonia. Alzó las manos como demostrando que iba desarmado y se acercó aún más a los detectives.

No lo vieron, pero en la derecha llevaba el mecanismo, pequeño como una caja de tabaco, que era lo que le permitía poner en funcionamiento su "mágico" artefacto temporal.

Cuando estuvo a medio metro de ellos, se detuvo, muy tranquilo.

- Está bien. Ferrell, espósale.

- ¡Cuidado! - Gritó David, que empezó a correr desesperado hacia ellos.

Abascal lanzó un grito gutural, ahogado por el casco de la escafandra, y accionó el mecanismo con un simple gesto de su pulgar.

- ¡No!

Por última vez, el tiempo se detuvo.

(Continuará...)

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