miércoles, 19 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 4.

Cuarta entrega de Mal Tiempo. El misterio crece. ¿Qué esconde Frederic Abascal?


- Bien. Estoy perdiendo valiosísimas horas de clase mientras me hacen permanezer aquí y me obligan a exponer mis sentimientos a una desconocida.

- Comprendo tu frustración, David, pero las circunstancias de la muerte de tu padre... - Tuvo cuidado de elegir las palabras - nos obligan a tomar unas medidas un tanto especiales. Te haces cargo, ¿no?

- Supongo que sí.

- Bueno. - Ferrell se relajó un poco. Buscó entre sus bolsillos hasta encontrar el paquete de tabaco, encendió un cigarrillo y le ofreció al chico.

Este, obedeciendo a un acto reflejo, alargó la mano con los dedos separados. Pero enseguida se dio cuenta de lo que hacía y volvió a esconderla.

- Apáguelo, por favor. Aquí está prohibido fumar - Dijo la mujer, que ya se iba - ¿Qué ejemplo quiere dar a los jóvenes? ¿No sabe nada de los aspectos negativos del tabaco?

- Puede creerme, conozco los peores aspectos de ser un fumador. No se preocupe, no encendré ninguno más.

- Los dejo solos, tiene media hora.

La puerta se cerró tras ella. Ferrell se levantó para apagar el cigarrillo, y lo aprovechó para quedarse quieto, cerca de la espalda del chico, que parecía ausente.

- Debes de estar conmocionado, ¿verdad?

- Mi padre acaba de morir. ¿Como quiere que esté, feliz y contento? - David se miró los zapatos, aparentando serenidad a pesar de tener los ojos vidriosos.

- Es algo extraño que, habiendo pasado tal cosa, asistas a clase en vez de ir con tu madre. Estás con la psicóloga porque has mostrado una conducta desconcertante.

- Necesito asistir a estas clases. Usted no lo entiende.

- Bueno, dejémoslo. Cuéntame cosas de tu padre. ¿Era un hombre popular?

- A ver... - Al chico se le notaba incómodo en su asiento, y no paraba de remover el culo y de mirar hacia la puerta fugazmente, como un ratón asustado. - No sé qué decirle, era el responsable de contabilidad de una importante empresa de telecomunicaciones.

- ¿Tenía o podía tener algún enemigo? ¿Alguien que pudiera quererle algún daño? Piensa bien la respuesta.

Y tanto que se la pensó. Empezó a murmurar palabras de disculpa y negación y empezó a sudar abundantemente.

Ferrell se acercó, tranquilizador, al interrogado.

- ¿Por qué te disfraces de esta manera? ¿Qué intentas esconderme, David? Puedes contármelo, no temas.

Antes de que pudiera responder alguien llamó a la puerta y, sin dejar que Ferrell le invitara a entrar, el intruso ya estaba allí.

Reconocía su cara, era uno de los profesores de David.

Era viejo, o más bien envejecido. El rostro arrugado y de facciones duras, el cabello canoso y corto, cuerpo delgaducho, ni alto ni bajo, y gestos lentos pero precisos, semejantes a los de un felino rondando a una presa.

También tenía un sobrenatural atractivo masculino, un magnetismo especial. No habría dicho que era un vejestorio, sino un dandy con edad avanzada. Era extraño ver una característica tan especial precisamente en una persona como aquella. Se suele asociar a los profesores universitarios, y sobre todo los de ciencias, con la austeridad o incluso la dejadez.

El inspector tuvo que admitir, en su interior, que a primera vista se asustó cuando el inquietante maestro irrumpió en la consulta.

- David, ¿qué haces fuera de clase a estas horas? Las mentes del mañana no se forman en lugares como éste, sino en las aulas.

- Disculpe, ¿quién es usted? - Inquirió, casi contrariado, Ferrell.

- Abascal, Frederic Abascal. No habrá oído hablar de mí, seguramente. - Le tendió la mano. El tono derrotista de la respuesta hizo indagar un poco al detective.

- Ah, ¿no? ¿Y por qué?

El hombre se mordió el labio inferior, sin apartar ni una sola vez sus ojos inquisidores de los del detective.

- Ah, nada. No me haga caso. - sonrió vagamente - ¿Ha terminado con mi alumno? - David ya se había levantado y se parapetaba detrás del maestro. Ferrell deseaba saber qué pasaba allí, pero decidió retirarse, de momento.

- Sí. Está esperando el alta de la psicóloga, pero en cuanto a mí, yo ya he terminado por ahora.

Dedicando al chico una mirada inquisidora pero tranquila, para no asustarlo, empezó a irse. Antes, saludó el profesor.

Tenía la mano blanda, carnosa y tibia. Aún así encajó la suya con fuerza.

El detective giró ligeramente la muñeca. Las uñas estaban cuidadas pero un poco crecidas, y tenían una especie de polvillo amarillento debajo. Abascal, un hombre muy extraño.


( Continuará...)

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