lunes, 17 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 3.

Bueno, seguimos con la traducción después de un fin de semana reparador. ¿Qué está pasando en Montfosc? Tanto Ferrell como Gruenewald están perplejos...


Otro avión, fugaz como el pensamiento, cruzó el cielo, casi haciendo enmudecer las palabras de Ferrell, que le decía :

- Clara, nos vamos. - La voz del compañero, firme y educadamente enojada, la extrajo de sus cavilaciones. Giró la cabeza para responder.

- Bien. - Y en ese preciso instante, curiosamente, al mirar hacia salida del jardín trasero, tuvo una extraña visión. Ella la asoció con un "dejà vu", un producto de su imaginación. Por un momento vio a un hombre viejo, desgastado, mirándola fijamente con ojos calculadores desde el postigo de afuera.

Sacudiendo la cabeza se dispuso a cerrar el armario, que estaba lleno de vajilla cara.

- ¿Hay ningún aeropuerto por aquí? - Preguntó él.

- ¡Sí, son una panda de mentirosos e intrigantes! - Se quejó la dueña, amargamente pero resuelta a no confiar demasiadas cosas a los detectives - Dicen que están retirando el tráfico aéreo, pero estos ruidos son constantes y molestos... Como las visitas que se prolongan demasiado.

Decidieron marcharse, dada la tensión del ambiente. Sintieron la mirada escrutadora de la mujer a través de la mirilla de la puerta, clavándose en sus espaldas.

- ¿Piensas que alguien la coacciona? - Preguntó Ferrell, cuando volvieron a estar en el coche.

- Creo que tiene un miedo inusitado. Quizás es por la reciente muerte de su marido, tiene miedo de lo que pasará a partir de ahora. Por cierto, ¿no has notado en la casa una presencia extraña?

- Apariencias, Gruenewald. No nos podemos permitir el lujo de ser supersticiosos. Si te parece bien, ve a reconocer el cadáver, yo iré a hablar con el hijo de la víctima.

- Pásatelo bien, volviendo al ambiente de academia - Dijo, irónica, la forense .

Antes de entrar en el coche, Gruenewald dirigió una última mirada al jardín trasero, del que sólo se podía ver ahora un escaso fragmento. Cerca del postigo estaban las patas de un viejo columpio, un poco oxidado por el tiempo de desuso, y una manguera amarilla de regar sin enrollar.

Intentó recordar con más precisión aquella figura tan extraña que la había observado desde allí. Un hombre ya mayor, de pelo canoso, ojos enfermizos y fijos, que la miraba inquisidor y muy quieto delante del columpio.

- ¿Te encuentras bien?

- No es nada. Venga, acércame el depósito.

- Quizás deberías descansar un poco, estás pálida.

- Según también uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, y no me refiero a otro que Hawking, cualquier cuerpo que superara la velocidad de 300.000 kilómetros por segundo tendería a correr adelante en el tiempo. Esto se explica mediante la fórmula...

El aula de al lado de donde estaba Ferrell estaba llena de alumnos. Su atención era absoluta, casi reverencial. Se bebían las palabras del profesor, un hombre de cabello canoso, casi blanco, que escribía complejas sucesiones de números y letras en una larga pizarra.

Ante el detective estaba la psicóloga del centro, acompañada del chico que había venido a interrogar. La mujer, una veterana analista de la psique estudiantil, le explicaba las circunstancias que habían llevado a David Martínez a dejar momentáneamente sus estudios.

- Ha sufrido un shock muy fuerte. A su edad podría repercutir en sus estudios. Esta es una institución digna y muy seria, señor Ferrell. Nos preocupamos por la trayectoria de nuestros aventajados alumnos.

"Siento escalofríos desde que he traspasado la puerta de esta especie de internado para genios" - Pensó con angustia Ferrell, observando el ampuloso mobiliario.

- Los estudiantes hacen vida aquí, ¿verdad ? - Quiso saber.

- Sí, aunque los fines de semana, si lo desean, pueden irse a casa. Estamos hablando de mayores de edad responsables, y los tiempos del estricto aislamiento ya no se estilan.

- Dime, David. ¿Como estás?

El interpelado era el típico chico raquítico, de mirada inteligente y vestimenta pretendidamente formal, aunque quedaba bastante ridícula. Camisa blanca con tirantes, pantalones caqui y mocasines negros, calculadora adosada al cinturón y un par de bolígrafos colgados en el bolsillo de la pechera. Era una imagen tan y tan exótica que Ferrell no se creyó ni el más casual de los detalles. Además, contrastaba deliberadamente con la imagen que ofrecían las fotos vistas en su casa. Era un mero disfraz.




No hay comentarios:

Publicar un comentario