Bueno, seguimos con la traducción después de un fin de semana reparador. ¿Qué está pasando en Montfosc? Tanto Ferrell como Gruenewald están perplejos...
Otro avión, fugaz
como el pensamiento, cruzó el cielo, casi haciendo enmudecer las palabras de
Ferrell, que le decía :
- Clara, nos
vamos. - La voz del compañero, firme y educadamente enojada, la extrajo de sus
cavilaciones. Giró la cabeza para responder.
- Bien. - Y en
ese preciso instante, curiosamente, al mirar hacia salida del jardín trasero,
tuvo una extraña visión. Ella la asoció con un "dejà vu", un producto
de su imaginación. Por un momento vio a un hombre viejo, desgastado, mirándola
fijamente con ojos calculadores desde el postigo de afuera.
Sacudiendo la
cabeza se dispuso a cerrar el armario, que estaba lleno de vajilla cara.
- ¿Hay ningún
aeropuerto por aquí? - Preguntó él.
- ¡Sí, son una
panda de mentirosos e intrigantes! - Se quejó la dueña, amargamente pero
resuelta a no confiar demasiadas cosas a los detectives - Dicen que están
retirando el tráfico aéreo, pero estos ruidos son constantes y molestos... Como
las visitas que se prolongan demasiado.
Decidieron
marcharse, dada la tensión del ambiente. Sintieron la mirada escrutadora de la
mujer a través de la mirilla de la puerta, clavándose en sus espaldas.
- ¿Piensas que
alguien la coacciona? - Preguntó Ferrell, cuando volvieron a estar en el coche.
- Creo que tiene
un miedo inusitado. Quizás es por la reciente muerte de su marido, tiene miedo
de lo que pasará a partir de ahora. Por cierto, ¿no has notado en la casa una
presencia extraña?
- Apariencias,
Gruenewald. No nos podemos permitir el lujo de ser supersticiosos. Si te parece
bien, ve a reconocer el cadáver, yo iré a hablar con el hijo de la víctima.
- Pásatelo bien,
volviendo al ambiente de academia - Dijo, irónica, la forense .
Antes de entrar
en el coche, Gruenewald dirigió una última mirada al jardín trasero, del que
sólo se podía ver ahora un escaso fragmento. Cerca del postigo estaban las
patas de un viejo columpio, un poco oxidado por el tiempo de desuso, y una
manguera amarilla de regar sin enrollar.
Intentó recordar
con más precisión aquella figura tan extraña que la había observado desde allí.
Un hombre ya mayor, de pelo canoso, ojos enfermizos y fijos, que la miraba
inquisidor y muy quieto delante del columpio.
- ¿Te encuentras
bien?
- No es nada. Venga,
acércame el depósito.
- Quizás deberías
descansar un poco, estás pálida.
- Según también
uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, y no me refiero a otro que
Hawking, cualquier cuerpo que superara la velocidad de 300.000 kilómetros por
segundo tendería a correr adelante en el tiempo. Esto se explica mediante la fórmula...
El aula de al
lado de donde estaba Ferrell estaba llena de alumnos. Su atención era absoluta,
casi reverencial. Se bebían las palabras del profesor, un hombre de cabello
canoso, casi blanco, que escribía complejas sucesiones de números y letras en
una larga pizarra.
Ante el detective
estaba la psicóloga del centro, acompañada del chico que había venido a
interrogar. La mujer, una veterana analista de la psique estudiantil, le
explicaba las circunstancias que habían llevado a David Martínez a dejar
momentáneamente sus estudios.
- Ha sufrido un
shock muy fuerte. A su edad podría repercutir en sus estudios. Esta es una
institución digna y muy seria, señor Ferrell. Nos preocupamos por la
trayectoria de nuestros aventajados alumnos.
"Siento
escalofríos desde que he traspasado la puerta de esta especie de internado para
genios" - Pensó con angustia Ferrell, observando el ampuloso mobiliario.
- Los estudiantes
hacen vida aquí, ¿verdad ? - Quiso saber.
- Sí, aunque los
fines de semana, si lo desean, pueden irse a casa. Estamos hablando de mayores
de edad responsables, y los tiempos del estricto aislamiento ya no se estilan.
- Dime, David. ¿Como
estás?
El interpelado
era el típico chico raquítico, de mirada inteligente y vestimenta
pretendidamente formal, aunque quedaba bastante ridícula. Camisa blanca con
tirantes, pantalones caqui y mocasines negros, calculadora adosada al cinturón
y un par de bolígrafos colgados en el bolsillo de la pechera. Era una imagen
tan y tan exótica que Ferrell no se creyó ni el más casual de los detalles.
Además, contrastaba deliberadamente con la imagen que ofrecían las fotos vistas
en su casa. Era un mero disfraz.
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