domingo, 23 de febrero de 2014

Mal Tiempo. Parte 8

¡Antepenúltima entrega! Estamos en el punto álgido del relato. Abascal ha perdido el control de la situación y ahora es peseguido por los detectives, que descubren algo más sobre su secreto...

La agente había apuntado el arma hacia la luz unos instantes, pero cuando ésta se había fundido cayó al suelo. Ahora permanecía tumbada, medio de lado, la pistola cogida aún con firmeza, humeante. Tenía grandes manchas de una fina capa de polvo amarillento salpicándole la parte izquierda del cuerpo. Azufre: no hacía falta asegurarse. También tenía una fea herida en el pecho, cerca del hombro.

- ¡Gruenewald! Clara, ¿estás bien?

- Pere... - Se levantó un poco, palpándose aturdida el doloroso corte. - ¿Por dónde han huido?

Ferrell miró hacia el interior de la habitación: vacía.

- Ferrell - Gruenewald señaló un rastro de sangre en el suelo.

- No es tuya. ¿Puedes levantarte?

- Lo intentaré. No pueden estar lejos, tenemos que apresurarnos.

- ¿Has dicho "pueden"?

- Había alguien más, alguien joven. Podría ser David.

Siguieron el rastro todavía caliente de sangre, que bajaba por las escaleras y salía por la puerta del porche. Gruenewald demostró la poca importancia de su herida internándose ella primera en el bosque circundante.

- No corras. No puedes huir de mí. Soy yo quien tiene el poder, yo quien puede utilizarlo. Tu podrías haberlo heredado, podrías haber sido mi sucesor, quien continuara mi legado. Pero han tenido que interponerse las emociones, ¡siempre las emociones!

En la mente de David ahora discurrían dos corrientes: una de culpabilidad muy fuerte, y otra de miedo.

La primera lo hacía sentir como algo insignificante, indigno. Llevaba unos pocos segundos sintiéndolo, porque le había sido dada a probar la verdad, y había podido abrir los ojos. Su propio padre... ¡Era demasiado horrible de imaginar!

Esta verdad misma le había provocado la segunda sensación. Ahora que estaba inmerso en esta terrible claridad, su cerebro sólo podía temer por su vida.

Sólo le quedaba correr, huir de aquel que lo había estado engañando con falsa gloria, que no era más que una serie de crímenes disfrazados de investigación científica.

Tropezó con una raíz. Intentó de no perder el equilibrio, pero la indumentaria que llevaba se lo puso demasiado difícil. Cayó al suelo cubierto de hojas, que se le pegaron por todos los rincones intrincados de su estrafalario uniforme.

Se levantó penosamente. Antes de reanudar la escapada, aun oyó un grito ahogado, lleno de cólera, que le incitaba a detenerse. Ni por toda la indulgencia del mundo pensaba hacerle caso.

Hacía dos horas que los dos compañeros rastreaban el bosque, siguiendo el rastro de sangre, y se detuvieron delante de una cabaña de madera. La mujer se había hecho un vendaje de emergencia, habiendo comprobado que la herida estaba limpia.

Aunque deberían ser las cuatro de la tarde, el sol estaba tan declinado como si fueran las seis. El tiempo les iba a la contra, Abascal actuaría más libremente si se hacía de noche.

Él entró por la única puerta que tenía la cabaña, mientras ella la rodeaba por detrás.

La inspección de Ferrell fue simple y concisa . Parecía que el herido había entrado en la cabaña, se había dirigido a un botiquín que había allí preparado, se había curado de prisa y había vuelto a salir. No había nadie, pero estaba claro que aquel lugar pertenecía al cada vez más fascinante doctor Abascal.

Su análisis no pudo concluir, asuntos más urgentes le reclamaron.

- ¡Pere! - Era la voz de su compañera.

Salió empuñando el arma, dispuesto a lo que fuera. Gruenewald estaba fuera, un poco alejada de la barraca, inspeccionando agachada algo que estaba a sus pies.

- ¿Qué pasa? ¿Qué es? - Ferrell se acercó, ya más relajado.

- Fíjate. No me explico qué hace esto aquí.

- Madre mía.

Aquel objeto que había encontrado Clara no hacía sino oscurecer aún más las hipótesis que habían montado, ya de por sí fantasiosas.

Medio enterrada en el barro del sotobosque, había una especie de esfera metálica, de color dorado. Sólo se podía ver una pequeña parte, pero a juzgar por su curvatura la parte que estaba bajo tierra debería ser considerablemente grande. El hecho que los llevó a determinar que era un dispositivo, un artefacto creado por una mano humana, era el pequeño zumbido que emitía (casi inaudible, pero ambos habrían jurado que escucharlo era como sentir un avión a lo lejos) y también la circunferencia de luz brillante que la rodeaba.

- Probablemente haya más. Sospecho que esto es lo que provoca los ruidos - afirmó Gruenewald.

- Claro que hay más. Se necesitan como mínimo tres para crear un campo magnético.

- ¿Un campo magnético? ¿Para qué?

- Para detener el tiempo dentro de esta área.

- ¿Estás diciéndome que el señor Abascal utiliza este pueblo como campo de experimentos para detener el tiempo? Pero, si fuera así, ¿por qué matar? ¿Por qué los robos?

- Mató a un testimonio de sus experimentos. Probablemente era un confidente suyo y por propia seguridad lo liquidó. Acompáñame, te voy a enseñar algo.

En el interior de la cabaña había todas las evidencias que necesitaban. Además de los nombres de los comercios y de los hogares atracados, había fotos del señor Martínez, de su casa y de toda su familia.

Además había un curioso mapa del pueblo, donde estaban señalados tres puntos con chinchetas. Estos puntos estaban unidos por líneas de rotulador y formaban un triángulo que englobaba la totalidad de edificaciones del municipio.

- Tres - Dijo Ferrell, señalando una chincheta concreta - Y éste es el de aquí detrás, a pocos kilómetros de la autopista principal.

- Ferrell, mira aquí abajo - Gruenewald había encontrado una trampilla debajo de una alfombra sucia.

(Continuará...)

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