La agente había
apuntado el arma hacia la luz unos instantes, pero cuando ésta se había fundido
cayó al suelo. Ahora permanecía tumbada, medio de lado, la pistola cogida aún
con firmeza, humeante. Tenía grandes manchas de una fina capa de polvo amarillento
salpicándole la parte izquierda del cuerpo. Azufre: no hacía falta asegurarse.
También tenía una fea herida en el pecho, cerca del hombro.
- ¡Gruenewald!
Clara, ¿estás bien?
- Pere... - Se
levantó un poco, palpándose aturdida el doloroso corte. - ¿Por dónde han huido?
Ferrell miró
hacia el interior de la habitación: vacía.
- Ferrell -
Gruenewald señaló un rastro de sangre en el suelo.
- No es tuya. ¿Puedes
levantarte?
- Lo intentaré. No
pueden estar lejos, tenemos que apresurarnos.
- ¿Has dicho
"pueden"?
- Había alguien
más, alguien joven. Podría ser David.
Siguieron el
rastro todavía caliente de sangre, que bajaba por las escaleras y salía por la
puerta del porche. Gruenewald demostró la poca importancia de su herida
internándose ella primera en el bosque circundante.
- No corras. No
puedes huir de mí. Soy yo quien tiene el poder, yo quien puede utilizarlo. Tu
podrías haberlo heredado, podrías haber sido mi sucesor, quien continuara mi
legado. Pero han tenido que interponerse las emociones, ¡siempre las emociones!
En la mente de
David ahora discurrían dos corrientes: una de culpabilidad muy fuerte, y otra
de miedo.
La primera lo
hacía sentir como algo insignificante, indigno. Llevaba unos pocos segundos
sintiéndolo, porque le había sido dada a probar la verdad, y había podido abrir
los ojos. Su propio padre... ¡Era demasiado horrible de imaginar!
Esta verdad misma
le había provocado la segunda sensación. Ahora que estaba inmerso en esta
terrible claridad, su cerebro sólo podía temer por su vida.
Sólo le quedaba
correr, huir de aquel que lo había estado engañando con falsa gloria, que no
era más que una serie de crímenes disfrazados de investigación científica.
Tropezó con una
raíz. Intentó de no perder el equilibrio, pero la indumentaria que llevaba se
lo puso demasiado difícil. Cayó al suelo cubierto de hojas, que se le pegaron
por todos los rincones intrincados de su estrafalario uniforme.
Se levantó penosamente.
Antes de reanudar la escapada, aun oyó un grito ahogado, lleno de cólera, que
le incitaba a detenerse. Ni por toda la indulgencia del mundo pensaba hacerle
caso.
Hacía dos horas
que los dos compañeros rastreaban el bosque, siguiendo el rastro de sangre, y
se detuvieron delante de una cabaña de madera. La mujer se había hecho un
vendaje de emergencia, habiendo comprobado que la herida estaba limpia.
Aunque deberían
ser las cuatro de la tarde, el sol estaba tan declinado como si fueran las
seis. El tiempo les iba a la contra, Abascal actuaría más libremente si se hacía
de noche.
Él entró por la
única puerta que tenía la cabaña, mientras ella la rodeaba por detrás.
La inspección de Ferrell
fue simple y concisa . Parecía que el herido había entrado en la cabaña, se
había dirigido a un botiquín que había allí preparado, se había curado de prisa
y había vuelto a salir. No había nadie, pero estaba claro que aquel lugar
pertenecía al cada vez más fascinante doctor Abascal.
Su análisis no
pudo concluir, asuntos más urgentes le reclamaron.
- ¡Pere! - Era la
voz de su compañera.
Salió empuñando
el arma, dispuesto a lo que fuera. Gruenewald estaba fuera, un poco alejada de
la barraca, inspeccionando agachada algo que estaba a sus pies.
- ¿Qué pasa? ¿Qué
es? - Ferrell se acercó, ya más relajado.
- Fíjate. No me
explico qué hace esto aquí.
- Madre mía.
Aquel objeto que
había encontrado Clara no hacía sino oscurecer aún más las hipótesis que habían
montado, ya de por sí fantasiosas.
Medio enterrada
en el barro del sotobosque, había una especie de esfera metálica, de color
dorado. Sólo se podía ver una pequeña parte, pero a juzgar por su curvatura la
parte que estaba bajo tierra debería ser considerablemente grande. El hecho que
los llevó a determinar que era un dispositivo, un artefacto creado por una mano
humana, era el pequeño zumbido que emitía (casi inaudible, pero ambos habrían
jurado que escucharlo era como sentir un avión a lo lejos) y también la
circunferencia de luz brillante que la rodeaba.
- Probablemente
haya más. Sospecho que esto es lo que provoca los ruidos - afirmó Gruenewald.
- Claro que hay
más. Se necesitan como mínimo tres para crear un campo magnético.
- ¿Un campo magnético?
¿Para qué?
- Para detener el
tiempo dentro de esta área.
- ¿Estás
diciéndome que el señor Abascal utiliza este pueblo como campo de experimentos
para detener el tiempo? Pero, si fuera así, ¿por qué matar? ¿Por qué los robos?
- Mató a un
testimonio de sus experimentos. Probablemente era un confidente suyo y por
propia seguridad lo liquidó. Acompáñame, te voy a enseñar algo.
En el interior de
la cabaña había todas las evidencias que necesitaban. Además de los nombres de
los comercios y de los hogares atracados, había fotos del señor Martínez, de su
casa y de toda su familia.
Además había un
curioso mapa del pueblo, donde estaban señalados tres puntos con chinchetas.
Estos puntos estaban unidos por líneas de rotulador y formaban un triángulo que
englobaba la totalidad de edificaciones del municipio.
- Tres - Dijo
Ferrell, señalando una chincheta concreta - Y éste es el de aquí detrás, a
pocos kilómetros de la autopista principal.
- Ferrell, mira
aquí abajo - Gruenewald había encontrado una trampilla debajo de una alfombra
sucia.
(Continuará...)
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