Ya estamos llegando al desenlace de este misterio. Ferrell y su compañera Gruenewald llegan al meollo del asunto, y deben tomar una complicada decisión profesional. Con todo, el culpable (o culpables) del crimen no se dejarán coger tan fácilmente...
Esta vez apoyado
plenamente por su compañera, Ferrell fue a hacer pesquisas al internado.
De alguna manera,
el excéntrico profesor tenía una fuerte influencia sobre aquellos que tenía a
su alrededor, que lo tenían por una especie de dios. Cuando interrogaron al
alumnado, les respondieron que un genio como él necesitaba descansar después de
las arduas revelaciones que había tenido y que había compartido con todos ellos.
David, el más aventajado de la clase, era quien ayudaba a veces al maestro a
ordenar su laboratorio que, decían, era una especie de santuario, lleno de
utensilios extraños que nadie entendía.
Decidieron ir
directamente al hogar del profesor, que vivía en las afueras en una casa
discreta, que no llamaba la atención.
Como era de
esperar, la vivienda estaba vacía.
- ¿Y ahora, qué?
- No podemos
entrar en una casa sin una orden. Sería invasión de una propiedad privada y nos
podrían cerrar el caso.
- No me recites
el reglamento, por favor. Me sé de memoria ese compendio de normas
obstaculizadoras.
- Bueno, pues
repito lo que has dicho: ¿Y ahora, qué?
Se negaban a
dejarlo. Era demasiado evidente que la desaparición de David y del profesor
Abascal tenían conexión. Ferrell sostenía que los ruidos atmosféricos eran la
causa de las desapariciones, y que no provenían de ningún avión. El aeropuerto
más cercano estaba a diez kilómetros, y prácticamente ni llegaba a ser un
centro de prácticas para pilotos. Era imposible que hubiera tanto tráfico aéreo,
y menos de aviones comerciales o de pasajeros. La explicación debía encontrarse
en el señor Abascal y en los lugares que tenían que ver con él. Por ejemplo su
casa, la idea de un misterioso laboratorio ya había cruzado su mente.
Gruenewald lo
escuchó con atención. Su arenga de siempre en la que prevalecía la verdad en
contraposición a las normas establecidas. Sonrió, consciente de que habían
llegado a un callejón sin salida y que Ferrell no se echaría atrás. Podía tomar
dos caminos, ayudarlo o dejarlo solo. Y solo, ante un asesino de métodos tan
inexplicables, habría sido condenarlo a muerte.
- Sé que tarde o
temprano me arrepentiré - dijo con simplicidad, metiendo la mano en el bolsillo
interior de su abrigo.
- ¿Qué haces?
- Si tu
presentimiento sobre Abascal es acertado, mucha más gente correrá peligro. Y si
lo perdemos de vista, será muy difícil de atrapar. - Gruenewald tenía en la
mano un juego de ganzúas - Es hora de actuar.
Pasaron al
interior, cada uno con el arma en las manos, vigilando cada rincón. La casa
solitaria estaba en silencio y en penumbras . No había ni una sola ventana
abierta, y todas las persianas estaban bajadas. Se sentía un olor rancio de
polvo acumulado y de muebles viejos que les obligó a fruncir el ceño.
Decidieron
separarse para peinar todo el edificio más rápidamente. Ferrell se introdujo en
el salón, mientras que Gruenewald iba hacia las escaleras que conducían al
segundo piso.
La luz de una de
las habitaciones de arriba estaba encendida, y se escapaba por la rendija de la
puerta medio cerrada. La agente se acercó con cautela, vigilando dónde ponía
los pies.
De dentro salían
ruidos metálicos y de ropa crujiendo: alguien se ponía algún tipo de prenda de
vestir que tenía un montón de piezas colgando que tintineaban.
- Corre... De
prisa... - Era la voz apagada del profesor, que acuciaba alguien, seguramente
quien se estaba vistiendo. - Venga... que vienen...
- Ya casi está...
ya...
- ¿Señor Abascal?
¡Policía! ¡Salga con las manos arriba! - Gruenewald no dudó ni un segundo en
intervenir, cuando identificó la segunda voz como la de un adolescente.
No obtuvo
respuesta, sólo unos leves ruiditos de pasos dentro de la habitación. Alguien
trasegaba con los objetos metálicos, insertándolos y acoplándolos unos a otros.
- ¡¿Clara?! -
Ferrell estaba a punto de terminar de subir las escaleras cuando Gruenewald
golpeó la puerta con el pie mientras apuntaba con la pistola hacia el interior
de la habitación.
Entonces todo se
volvió luminoso, y sintieron un ruido ensordecedor, similar al que habían
estado captando en el cielo aquellos dos días. Mientras sus cuerpos se
congelaban, superralentizados por el fuerte campo magnético, dos personas
vestidas con extraños uniformes similares a escafandras salieron caminando de
la habitación. Una de ellas empuñaba un cuchillo de supervivencia, largo y
afilado.
Intentó cortar el
cuello de Gruenewald, pero el otro le desvió el brazo con un fuerte tirón.
El cuchillo cayó,
quedando suspendido en el aire mientras, enfadado, su propietario se encaraba
con el compañero. Forcejearon unos segundos, y uno de ellos, el más joven,
logró escapar empujando al otro. Este tropezó con el cuerpo congelado de Gruenewald
y ambos cayeron al suelo. Por un momento, Clara salió de su estado de
congelación, sólo un breve instante, aquel en que había entrado en contacto con
el uniforme de su agresor. La tensión del momento la hizo apretar el gatillo.
A parte de la luz
y del ruido, ninguno de los dos detectives vio nada. Todo volvió a la
normalidad tan rápido como había comenzado.
Ferrell tuvo la
sensación que se tiene cuando se observa un aparato empezando a zumbar, lleno
de energía, y de repente se estropea y deja de funcionar, y el zumbido se apaga
poco a poco.
Una puerta del
piso de abajo se cerró con estrépito.
Él terminó de subir
las escaleras pesadamente. La intensa luz lo había cegado, pero todavía le
quedó ánimo para ir a reconocer su compañera.
Cuando llegó al
lado de Gruenewald, muchos cabos se ataron en su cabeza.
(Continuará...)
Que guapo todo lo que estás haciendo últimamente, lo que te estás moviendo y subiendo al blog en estos últimos tiempos!!! Sigue así amigo que lo haces genial!
ResponderEliminarAprovecharé para releer Mal tiempo algún día, ahora que está colgado aquí ;)