- Faltan diez
minutos para que entierren al señor Martínez - dijo Ferrell, cambiando de
carril para tomar la carretera del pueblo - Puede que lleguemos tarde.
- Exponme el
balance de lo que hemos hecho hasta ahora, ¿quieres, Pere? Porque me encuentro
en un punto que no sé qué dirección debemos tomar.
- A ver. Tenemos
a un hombre que coacciona a una familia para que no explique a las autoridades
los detalles más escabrosos en torno al asesinato de uno de sus miembros.
- No es seguro.
- ... Que tenía
azufre bajo los dedos. La misma sustancia que has encontrado en la misteriosa
herida de la víctima.
- Aunque estuvieras
seguro y se pudiera demostrar, no prueba nada.
- ... Y que tiene
un oscuro pasado de brujería que hizo que terminase recluido aquí, resentido
con la comunidad científica que recibe subvenciones y es reconocida.
- Eso no lo llevaría
a matar a un cabeza de familia que no tiene nada que ver con la comunidad
científica. Además, no podemos probar que aquel grabado del suelo del despacho
fuera suyo. Pere, no tenemos nada sólido, ¿me quieres decir qué procedimiento
te va a...?
El cartel de
bienvenida de Montfosc había quedado atrás unos metros, la espesura forestal
que les rodeaba todavía era bastante abundante y no se distinguían ni las
primeras casas. Entonces, cuando Gruenewald recordaba la escasez de pruebas que
tenían se volvió a oír, ensordecedor a pesar del ruido del motor del automóvil,
aquel ruido ominoso que venía del cielo.
Ferrell preguntó
enseguida, movido por un rápido espasmo:
- ¿Qué hora es?
- Deben ser las...
- Gruenewald miró el reloj, distraída, mientras Ferrell paraba el coche.
- Ahora son
apenas las doce menos veinte.
El hombre bajó
del vehículo. Todavía estaban en pleno bosque. Un par de kilómetros más de
carretera y ya estarían en el hotel.
Gruenewald bajó
también. Aquellos arrebatos ya formaban parte del particular modus operandi de
su compañero; caminar solo pensando en sus cosas y no explicárselas si no se
las preguntaba. Por suerte, aquella vez fue diferente.
- Diez minutos
exactos - declaró, casi para sí mismo.
- ¿Cómo?
- Conecta la
radio, por favor, Clara.
- ¡¿Quieres hacer
el favor de explicarte, Ferrell?! - Gruenewald terminó explotando. Se sentía
como un cero a la izquierda, única testigo muda del soliloquio eterno de su
compañero - Desde que quisiste organizar esta excursión a la capital que parece
que estés solo en esta investigación, como si te estorbara. Somos un equipo, ¡¿te
lo tengo que recordar?!
Ferrell bajó la
cabeza, signo inequívoco de que estaba arrepentido y reflexionaba.
- Tienes razón, como
siempre, Gruenewald. Lo siento, ya sabes que a veces me dejo llevar por mis
propias impresiones, olvidando que tengo al lado a una excelente forense y
experta en homicidios.
- Calla, no hace
falta que me pidas perdón, que no somos niños. Y ahora, ¿me harás el favor de
explicarme de una vez por qué estamos parados en medio del bosque?
Ferrell metió la
mano por la ventanilla del coche y rebuscó entre las cosas que tenía en la
carpeta. Finalmente, de entre los papeles, bolígrafos fluorescentes, paquetes
vacíos de tabaco y un largo etcétera de desechos, extrajo un reloj. Allí eran
las once y cuarto.
- Este reloj
siempre lo tengo aquí para hacer pruebas con campos magnéticos de alta
intensidad. Cuando se cruzan ciertos campos magnéticos los objetos electrónicos
como relojes o radios se estropean o sufren alteraciones de funcionamiento.
Gruenewald hizo
la prueba de encender la radio. Se oyeron varias interferencias, pero unos
segundos después Frank Sinatra cantaba "New York New York"...
- Siempre lo
reviso antes de salir a inspeccionar un caso de los nuestros. Tiene pila nueva
siempre y funciona a la perfección.
- Sin embargo
está muy atrasado. - Gruenewald empezaba a mostrarse escéptica nuevamente -
¿Quieres decir que acabamos de atravesar un campo magnético ahora mismo?
- No estoy
seguro. Deberíamos notado algo. ¿Sabes? Desde que entró ayer en el pueblo no lo
he tocado, y misteriosamente lleva casi media hora de retraso.
- Quizás ha
estropeado.
- Dímelo de aquí
a una hora , ¿de acuerdo?
Volvieron a subir
al vehículo, y esta vez fue ella quien condujo. Frank Sinatra terminó de cantar
su oda a la ciudad de los rascacielos y el especial informativo de las doce en
punto comenzaba. Se miraron de reojo.
- Gruenewald.
- ¿Si? - La voz
de la forense sonaba tan asustada como la de él.
- El funeral debe
llevar ya unos cuantos minutos.
Después de llegar
y arreglarse mínimamente, se encaminaron hacia el cementerio poniendo en común
lo que tenían.
Cuando llegaron
no había empezado nada, aunque, como mínimo, la misa debería llevar unos veinte
minutos.
Notaron por
doquier mucha más presencia policial que de costumbre.
Apenas
presentaron los respetos a los parientes condolidos. La noticia volaba por el
aire: El joven David había desaparecido aquella noche de su habitación del
internado, sin dejar rastro.
Como si la
pregunta hubiera caído por casualidad, Ferrell preguntó por el profesor Abascal.
El anciano había tramitado su baja médica esa misma mañana.
( Continuará...)
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